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martes, 28 de enero de 2014

AL SERVICIO DE SU MAJESTAD 4 (parte 1)

VALENTINE (1938 - 1943)

Haced un pequeño experimento: abrid una nueva pestaña o pantalla, y en ella, en vuestro proveedor favorito de libros militares, buscad el primer carro de combate de fabricación británica que se os ocurra. Y a continuación, haced lo propio con el Valentine. Oh, sorpresa... apenas hay publicado nada del que es el carro de combate más fabricado por los británicos de todos los tiempos…como si se avergonzaran de un blindado que les dio, a cambio de muy poco, un gran servicio.



El Valentine comenzó como un desarrollo privado de la casa Vickers – Armstrong, que ya tenía su buena experiencia en la fabricación de vehículos blindados. De entrada, el fabuloso Vickers six-ton, gran éxito de ventas pero despreciado por su propio ejército. Y más recientemente, los carros cruceros A9 y A10. Éste último era un intento de desarrollar un “crucero pesado” muy cercano al carro de infantería. Fue un desastre, no era lo uno ni lo otro, y reunía todos sus defectos y pocas de las virtudes de ambos conceptos.

Vickers Six Ton del ejército polaco, 1939.

Los ingenieros de la Vickers tampoco estaban muy contentos con el modelo A12 Matilda II de la Vulcan Foundry, y estaban seguros de poder hacer algo mejor, aprovechando su experiencia. Así en 1937, comenzaron a desarrollar un nuevo Infantry Tank, aprovechando componentes ya en uso, y con alguna que otra idea revolucionaria en mente.

Cruiser A9...

y Cruiser A10, versión CS, restaurado. (¡qué bonito! ¿verdad?)

De entrada, un blindaje máximo de 65 mm por costado y glacis (más que de sobra para aguantar los cañones antitanque del periodo, y un poco más), más homogéneo que el del Matilda II; propulsado con por un fiable motor de gasolina AEC 189 de 135 CV, una torreta de dos hombres (comandante y artillero) dotada de un cañón de 2 libras con cargador automático que tenían en desarrollo. Al final, el peso máximo era de 16 toneladas, lo que le daba una relación peso potencia y una movilidad mejor que la del Matilda I, que precisaba dos motores Leyland de 95 CV cada uno, y con un peso de casi 27 toneladas. Y lo mejor de todo: en las horas que costaba fabricar un Matilda II se podían fabricar tres Valentines, y además con un coste menor, de unas 10.000 Libras, comparadas con las poco más de 30.000 del Matilda II.

Curiosamente, al War Office, en un principio no le interesó este chollo. Sobre todo pusieron pegas por la torreta biplaza, y por el cañón con cargador automáitico, pues no deseaban incluir otra pieza o nuevos repuestos en la cadena logística. Al final, la Vickers, cedió, y montó la pieza habitual de 2 libras, el OQF 2 Pdr. Esa torreta de dos tripulantes, sería uno de los motivos de queja más habituales sobre el Valentine.

Con el rearme acelerado de finales de los años 30, se consideró fabricar el Valentine, por sus innegables ventajas antes expuestas. Así el 10 de febrero de 1938, y tras un tiempo récord, los planos del nuevo carro de infantería, se enviaron al War Office, el cual lo aceptó para el servicio, con la denominación de Infantry Tank Mk III Valentine I. los diez primeros ejemplares de serie, saldrían de las cadenas de montaje en mayo de 1940, justo a tiempo para dar esperanza y reponer pérdidas del RAC (Royal Armored Corps), tras su debacle en Francia.

La cuenta del vencido...Cruisier Mk IV A13 dañado y abandonado en Francia.

El nombre de Valentine tiene su propia leyenda, de hecho tiene cuatro. Una de ellas asegura que fue un homenaje al diseñador jefe de la Vickers, Sir John Valentine Carden, fallecido poco antes en un extraño accidente aéreo. Otra, que al ser presentado al ejército el día 14 de febrero recibió su nombre de la festividad de ese día, San Valentín (¡ya no tenéis excusa para olvidarlo!), aunque se argumenta que fue el día 10 de febrero, y ésta es falsa. Otra, que es un acrónimo de Vickers Armstrong Limited Elswick Newcastle upon Tyne, el nombre completo de la empresa. Y otra, que se deja de cosas raras, y que al no tener un código A del ejército (al ser una aventura privada), simplemente, como otros proyectos de la casa, recibió un nombre propio, que por casualidad, sería el de Valentine. Fuese cual fuese el origen, el nombre gustó de forma inmediata, y así lo llamarían sus tripulación, o con el afectuoso diminutivo de Vally.

A los alemanes les valía todo...y al fiable Valentine no le hacían ascos: Valentine V Beutepanzer 749 (e) capturado por la 10ª División Panzer en Túnez, 1943.

Las primeras unidades operativas con el Valentine, empezaron su andadura en agosto de 1940. Justo a tiempo para constituir una fuerza blindada anti-invasión. Soldados como los del 48 Royal Tank Regiment (o RTR de ahora en adelante) comenzaron a enfrentarse con los problemas que toda arma nueva ocasiona. El peor de todos, era que debido a un mal diseño de los pines de las cadenas, éstas se rompían con facilidad, dejando en las marchas inmovilizados hasta cerca del 80 % de los Valentine. Nuevos pines y cadenas, diseñados con rapidez, solucionaron el problema. Y aparte del mismo, y al contrario que con otros carros británicos, la fiabilidad era magnífica, precisando pocas horas de mantenimiento, con gran alborozo de sus agradecidos tripulantes.

Nuevo material: Valentine I llegando a sus unidades.

A finales de 1940, comenzó a fabricarse un nuevo modelo: el Valentine II. Aparte de pulir diversos fallos, cambiaba el motor de gasolina, por uno de gasoil, el AEC 190, con 131 CV. La aparente pérdida de potencia es engañosa, pues su transmisión mejorada, y su par permitían mejores prestaciones al Valentine. Y era aún más fiable que su predecesor. Por cierto, es falso que fuese un motor de autobús. Sus diseñadores habían trabajado en varios motores de autobús, pero éste en concreto, se diseñó desde el inicio para ser usado en vehículos blindados.

Valentine del Musée des Blindés de Saumur. Foto del autor.

Poco antes de la guerra se pensó en que el Valentine se podía fabricar en los dominios, más concretamente en Canadá. Aunque no tenían experiencia en fabricación de blindados, la facilidad con la que se podía hacer el nuevo carro hizo pensar en que se podía intentar.

Aunque se hizo un pedido de 100 en septiembre de 1939, el proyecto recibió baja prioridad, pues muchos mandos desconfiaban de que los canadienses fuesen capaces. Otro problema era que éstos usaban estándares industriales algo diferentes a los británicos. Por ejemplo, el sistema eléctrico funcionaba con un voltaje de 24 V, que no era muy adecuado para los 12 V de las radios No.11 y No.19. y lo mejor de todo: increíblemente parte de los planos fueron declarados secretos y no se les cedieron, lo que les obligó a hacer ingeniería inversa de un par de ejemplares de muestra que se les suministró.  No sería hasta bien entrado 1940, que comenzarían (ahora sí, azuzados por unos angustiados británicos) la fabricación. Sus modelos recibirían la denominación Valentine VI y VII. Al final fabricarían unos 1.420, sólo se quedarían con 30, enviando el resto a la URSS.

El primer Valentine VI fabricado en Canadá.

La principal dificultad que tuvieron fue el motor AEC 190, cuyos planos fueron de los que no se compartieron. En vez de perder el tiempo intentando clonarlo, se decidieron a montar un diésel de origen norteamericano, el GMC 6-71 (también conocido como el GMC 6004 o Detroit Diesel). No sólo costaba menos, son que era aún más fiable que el AEC 190, y daba mejores prestaciones (mejor par motor, y 138 CV). Al final, resultó que los Valentine Canadienses eran más baratos y sencillos de fabricar, y muchas de sus innovaciones, entre ellas el citado motor GMC, se incorporaron a los fabricados en el Reino Unido (serían conocidos como Valentine IV).

En aquellos primeros años de guerra, la fabricación de carros de combate se encontró con el inesperado problema del deficiente sistema de control de calidad de las planchas de acero usadas como blindaje. El ministerio de aviación impuso en la producción aeronáutica controles de calidad exhaustivos y comprensibles, que aunaban una alta tasa de fabricación con una buena calidad. No se aplicaron medidas similares en los blindajes de vehículos terrestres hasta bien entrado el año 1943. La multitud de pequeñas fundiciones, sin un buen control, competían por conseguir mejores números en su producción, a expensas, muchas de veces de una calidad aceptable. Esas planchas llegaban a las cadenas de montaje de los vehículos, y allí recibían su primer control serio. Como no se podía, en aquellos desesperados meses, prescindir de nada, se decidió usarlas, aún sabiendo sus defectos. Los carros así montados, eran marcados en su interior con pequeños triángulos rojos, y destinados a entrenamiento. Sin embargo, alguno de ellos (sobre todo Valentines) llegó a unidades de combate, con el lógico disgusto de la tripulación a la que le tocaba en suerte.

Durante el entrenamiento de las nuevas unidades comenzaron a surgir otra serie de problemas. Por ejemplo, el bajo peso del nuevo carro, entre otras cosas, se había logrado disminuyendo el blindaje de la parte inferior a unos 7 – 10 mm (según zonas). Pero la soldadura empleada en ciertas partes, en especial en el inferior del glacis no era muy buena, lo que dio lugar a una curiosa anécdota. Durante un entrenamiento en tácticas anticarro de infantería, un emprendedor teniente de ingenieros decidió añadirle un poco de “picante” a las bombas de humo, en forma de un par de latas de TNT (lo que hacía que la carga fuese de aproximadamente medio kilogramo), sin conformar la carga. Durante las maniobras, dos Valentine que recibieron debajo de su frontal esas cargas, quedaron con el rodillo tensor casi desmontado, y el glacis parcialmente abierto por la soldadura. El buen teniente esquivó de milagro el consejo de guerra, pero sí que el tema, hasta que se solucionó, fue causa de notable preocupación entre mandos y tripulaciones.

La torreta y su distribución, centraba casi todas las críticas. De entrada, era bien estrecha, y su ergonomía no era muy adecuada. Además, la Vickers, había cambiado la distribución de la tripulación que normalmente se seguía en el ejército británico. En casi todos los carros, jefe y artillero se sentaban a la izquierda, mientras que el cargador lo hacía a la derecha. Al descartar el 2 libras con cargador automático, el jefe quedó en el lado derecho, y su papel no era nada fácil: tenía que cargar el cañón y la ametralladora BESA coaxial (y arreglar sus interrupciones), atender a la radio (y si era jefe de escuadrón o de tropa, coordinarlos y mandarlos), dirigir su vehículo, montar y servir el dispositivo Lakeman (un ingenioso artefacto que portaba una ametralladora ligera Bren para protección antiaérea), manejar los lanzadores de botes de humo, y encima, ocuparse de todo el papeleo. Y sin aumento de sueldo…No es de extrañar que muchos jefes de carro, optasen por ocupar el asiento del artillero y comandar desde ahí.

El estrecho interior de la torreta del Valentine...

El Valentine, en manos británicas, entraría en combate, por primera vez, en el Norte de África, durante la operación Crusader de noviembre de 1941. El 8 RTR fue el primero que lo llevó a la batalla, y de forma inmediata, gustó. Era muy fiable, y contaba con una excelente maniobrabilidad. Aunque su velocidad máxima era de 24 Km/h, la misma que la del Matilda II, en la realidad era, gracias a su motor y transmisión, mucho más veloz. Esos 24 Km/h los mantenía durante bastante tiempo, si el terreno lo permitía; y aunque los carros crucero eran más rápidos, su poca fiabilidad mecánica en el caso del Crusader, y lo desechos que estaban los Cruiser Mk IV A13 después de mucho servicio, no hacía muy aconsejable la alegría con el acelerador. Eso significaba que podía desempeñar funciones propias de los Cruiser, con una eficacia muy similar.

Valentine II con las famosas marcas de la Operación Crusader

El armamento principal, el 2 libras, pese a carecer de munición explosiva, tenía un comportamiento adecuado contra sus rivales germanos e italianos del momento. No tenía dificultad alguna en penetrar cualquier parte de los carros italianos, incluido el más moderno M13/40. Respecto a los germanos, el blindaje frontal de los PzIII y PzIV que tenía el Afrika Korps, a finales de 1941, no pasaba como máximo de 30 mm no angulados en absoluto. En teoría, y podía perforarlos desde más de 500 metros, pero eso nunca ocurría. En primer lugar, ya aportaban esos modelos un blindaje más endurecido, y además, muchos proyectiles perforantes de dos libras estaban muy mal fabricados, por lo que al impacto, a esas distancias, se desintegraban al alcanzar el blindaje de sus contrarios.

PzIII del Afrika Korps.

De todos modos, la mira de sólo x1.8 aumentos, y el hecho de que la elevación fina se hacía con apoyo del hombro del tirador, hacía que impactos por encima de los 200 metros fuesen excepcionales. Y más aún si se cuenta que en Gran Bretaña, durante los entrenamientos, se imponía la táctica de disparar en marcha, sin detenerse. Así los impactos más frecuentes tenían lugar por debajo de los esos doscientos metros, y ahí las penetraciones, incluso al glacis frontal eran mucho más probables. Aún así, la mala calidad de los proyectiles causaban un buen número de rebotes.

Dispositivo Lakeman en un carro Matilda. El cargador de tambor era destinado a las Bren de estos montajes.

A un Panzer III con cañón corto L/42 de 50 mm le costaba lo suyo perforar a un Valentine. Al frontal, las perforaciones se obtenían a distancias en las que el dos libras podía perforarlo con facilidad. Los laterales eran, en teoría, vulnerables, desde los 300 metros, pero la realidad mostraba que era a distancias inferiores. Respecto a los cañones anticarro, era inmune al Pak 36 de 3,7 cm; el 4,7 cm italiano sólo lograba dañarlo a distancias muy cercanas; e incluso al escaso PaK 38 de 50 mm le costaba perforarlo. Obviamente, el 88 mm lo hacía picadillo desde más de 2.000 metros…

colocando en posición un 88 mm. Pobre del carro británico que se pusiese a su alcance...

Así que teóricamente, un Panzer III que se enfrentase a un Valentine podía pasarlo muy mal…pero eso no lo hacían los tanquistas alemanes del Afrika Korps, más que en situaciones desesperadas. Combatían con la ventaja de una torreta de tres hombres, con el jefe dedicado a coordinar a su tripulación y mandarla. Y además, de todos es sabido la soberbia cooperación interarmas, con artillería, aviación y cañones anticarro, que practicaban las fuerzas de Rommel. Sin embargo, el Valentine era un carro respetado y que no podía ser tomado a la ligera.


La operación Crusader terminó con una costosa victoria británica. Y si el carro Crusader no funcionó bien, el Valentine fue muy apreciado por sus tripulaciones. Durante la misma se descubrió otro defecto en la torreta. En el lado izquierdo de la misma había una trampilla para deshacerse de vainas usadas. Por dentro, se había pulido a espejo, lo que servía de improvisado retrovisor al ocupante del lado izquierdo (una razón más para que los jefes de carro se sentaran ahí). Pero el lado derecho, tenía un portillo de observación y uso de pistola, cuyo cierre era nefasto, lo que hacía que con el traqueteo del movimiento, acabara por abrirse completamente. Mandos del 8 RTR ordenarían su selle con soldadura, después de que dos desgraciadas ráfagas de ametralladora entrasen por ahí y matasen a dos cargadores.

Valentines de la 16ª brigada de tanques polaca. Se aprecia el portillo de pistola que tantos problemas dio al principio. 

Desde finales de 1941 y principios de 1942 entró en servicio una nueva variante: el Valentine Mk III (si llevaba el diésel de Detroit, el GMC, se le denominaba Valentine V). El mayor cambio fue su torreta, con un blindaje reducido en laterales a 50 mm, pero ampliada para permitir un tercer hombre. El cargador siguió a la derecha, el artillero a la izquierda, y el jefe, un poco por encima del cañón de dos libras, ocupando la parte posterior de la torreta. En los modelos anteriores, la trampilla de la torreta era de dos hojas, que se abrían hacia delante y hacia atrás. Era muy apreciada, pues desde lejos no parecía que ninguna estuviese abierta, y permitía al jefe, dejarla en parte abierta, para echar fugaces vistazos con prismáticos, y volver con rapidez al interior. En la nueva torreta, era escotilla única, pero amplia y de tres cuerpos, permitiendo el del jefe de carro lo mismo. Las otras hojas podían abrirse de forma independiente, lo que si moría el jefe o quedaba incapacitado, permitía posibilidades de escape a los otros dos tripulantes.

Valentine III (o V) en una vista superior. Se aprecia el detalle de la escotilla de la torreta.

Hasta la segunda batalla de El Alamein, el Valentine sería el carro británico más numeroso en el desierto. La torreta del modelo III mejoraba y mucho, pese a su estrechez, la eficacia en combate. Pero el cañón seguía siendo el mismo, y ahora los nuevos Panzer III y IV venían con un blindaje añadido en el frontal de 20 mm, lo que elevaba a 50 mm de acero lo que tenía que perforar. Eso significaba que eran invulnerables a disparos en el frontal hasta distancias muy, pero que muy, cortas. Seguía sin existir un proyectil de alto explosivo, y ahora los alemanes tenían más cañones anticarro de 50 mm. Y para empeorarlo aún más, el Afrika Korps comenzó a recibir los nuevos PzIIIJ, equipados con el cañón largo L/60 de 50 mm, y los PzIVf2 con el L/48 de 75 mm. Ya el blindaje del Valentine, no le salvaba en distancias habituales en las que las magníficas miras germanas podían asegurar un impacto. Sólo el escaso número de ambos, que durante los meses de mayo, junio y julio de 1942, nunca sobrepasaron los 21 PzIIIJ y los 9 PzIVf2 en estado operativo, permitiría que las pérdidas de Valentine se disparasen aún más. Y eso, sin olvidar, que el Panzerjäger I con cañón checo de 47 mm, había sido sustituido por el Marder III, con cañones de 76,2 mm capturados a los rusos…

Un uso cada vez más habitual del Valentine: remolcando un cañón AT de 6 libras.

Pese a ello, combatiría, con gran distinción, durante todo el año 1942. Y estaría en primera línea en las grandes ofensivas que terminarían por quebrar, en ese año, el espinazo de las fuerzas italogermanas del Norte de África. Las pésimas tácticas británicas ahondarían el sufrimiento de sus tripulaciones, no permitiendo aprovechar las cualidades que le quedaban. En la historia, queda el desastre de la 23ª Brigada Acorazada, en la segunda batalla de la sierra de Ruweisat, el 22 de julio de 1942. En un ataque mal planeado, la citada unidad quedó sin apoyo de la 2ª División Neozelandesa de Infantería, así como de la 5ª brigada india de infantería motorizada, ejecutando una alocada carga en solitario. El resultado, es que los Panzers se cebaron con las dos formaciones de infantería, en especial los neozelandeses, y una emboscada de cañones anticarro acabó con 93 Valentines de los 104 de los 40 RTR y 46 RTR. Aún así, el castigo que aguantaron los carros supervivientes se hizo legendario. Mecánicos del 40 RTR recuerdan ver volver, a través del humo y del polvo, a sus líneas, carros Valentines carentes de faldones, faros, cañones…esqueletos auténticos de los pocos supervivientes de la masacre.

Una foto famosa de la guerra del desierto: Valentine de la infortunada 23ª brigada acorazada noqueado en Ruweisat. Se aprecian los numerosos impactos...

¡Al fin algo decente! Sherman II de la 9ª Brigada Acorazada entrenado en Egipto en Octubre de 1942.

Pese a su ya bien contrastada obsolescencia, los Valentine con cañones de dos libras seguirían dando un gran servicio al 8ª ejército, ya fuese en la operación Lightfoot, que abrió la victoria aliada en el Segundo Alamein, como en la persecución posterior. Un veterano del 50 RTR (parte de la masacrada 23ª Brigada Acorazada) recordaba, muchos años después de la guerra a un Valentine IV llamado RODNEY. Antes de llegar al Norte de África, había participado en un tour en el Reino Unido para recaudar fondos. Al llegar a Egipto ya había realizado por sus medios cerca de 3.000 millas. Fue puesto de combate unas 11 veces, y vuelto a reparar, heridos cuatro miembros de sus tripulaciones. Su conductor, ya desde la patria, se mantuvo en su puesto y llegó a ser jefe de carro…Finalmente, al poco de entrar en el Puerto de Trípoli, capturado el 23 de enero de 1943, el desgastado carro no pudo más, averiándose, y siendo usado como fuente de repuestos de otros Valentine semejantes. Pocos carros, en la Segunda Guerra Mundial podían presumir de una fiabilidad semejante.


Ya en 1942, se vio la necesidad de mejorar el armamento de los Valentines, del cañón de 2 libras al de 6 libras. El primer modelo, el Valentine VIII, fue sólo un prototipo que demostró la necesidad de diseñar una nueva torreta para albergar el nuevo cañón. La versión de producción, el Valentine IX, fue destinada, de manera inmediata a Túnez. Una de las primeras unidades en recibirlo, fue el ya mencionado 50 RTR, pero en escaso número, y sin llegar a sustituir los Valentine con cañón de dos libras.

PzIIIJ "Special" con cañón L/60 de 50 mm. Escaso en número, pero acababa con la ventaja en blindaje del Valentine.

Las tripulaciones, al verlo, se llevaron un gran disgusto. De entrada, hubo problemas con las cajas de cambio, lo que los tuvo en reparaciones constantes varias semanas. Y además, se volvía a la torreta de dos tripulantes, con peor ergonomía aún, al tener mayor tamaño tanto el cierre de la pieza como sus proyectiles. Y eso no era lo peor: por conflicto de espacio, se prescindió de la ametralladora coaxial. Genial… un carro de combate de infantería, con un cañón que no tenía (en realidad sí que estaba desarrollado, pero al no estar conforme con su escasa carga sólo se habían fabricado en un trimestre menos de 100.000 proyectiles HE, que tardaron en ser llevados a Túnez) proyectiles explosivos y antipersonal, y sin ametralladora coaxial. Y luego los latinos tenemos la fama de incompetentes en el mundo anglosajón…

Valentine IX, con cañón de 6 libras,

Al final, las tripulaciones resolvieron lo de la ametralladora coaxial de una forma curiosa, aunque bastante chapucera. Cortaron los culotes de vainas de 6 libras ya disparadas, y en el hueco, colocaron con un par de puntos de soldadura, ametralladoras de aviación Browning de calibre .303. Dejaron el espacio suficiente para manipular el cajón y recargarlas, y algunas tripulaciones, aprovecharon los solenoides de disparo eléctrico que tenían, para conectarlos al sistema de disparo del Valentine. Cuando se precisaba fuego de ametralladora, el cargador colocaba tan “especial” proyectil en la recámara del cañón de seis libras, y conectaba el cable, mediante un apaño, al sistema de disparo. Los tripulantes hablaban que se recalentaba el cañón de la ametralladora con gran facilidad, y que era como disparar un gran trabuco, sin precisión alguna. Pero con un generoso uso de proyectiles trazadores, la supresión por su fuego, más o menos se conseguía.

Valentine IX en el norte de África. la foto es de un carro de una brigada polaca durante un entrenamiento.

Ese año 1942, vería al Valentine demostrar sus cualidades en un lugar bien exótico: Madagascar. Para la operación IRONCLAD, es decir el desembarco el 5 mayo de 1942, se crearía el escuadrón B de servicios especiales del Royal Armored Corps, equipado con seis Valentines IV y cuatro carros ligeros Tetrarch. Los británicos no realizaban una operación anfibia semejante desde los Dardanelos en 1915, y éstos eran los primeros carros de combate que iban a desembarcar contra una costa defendida. Los franceses opusieron una tenaz e inteligente resistencia, apoyada en fosos antitanque y los famosos soixante-quinze de tiro rápido. Al finalizar el día 7 de mayo, sólo quedaba un Valentine operativo: tres habían sido puestos fuera de combate por los 75 mm franceses, y dos estaban atascados en fosos antitanques. Y tampoco quedaba sano ni un solo Tetrarch… por fortuna, se pudieron reparar y recuperar cuatro Valentines, sirviendo todos ellos hasta la conclusión de la campaña, en noviembre. La resistencia de nuestro carro protagonista resultó ser proverbial, siendo precisos varios disparos de los citados cañones para noquearlos.

cañón Mle 97/38 de 75 mm en maniobras con el ejército francés en 1940.

También haría su aparición en Birmania. Apoyando un ataque de la 55ª Brigada India de infantería contra Donbaik, el escuadrón C del 146º regimiento del RAC, se las ingenió para meter todos sus ocho carros Valentine II en un arrozal, dejándolos atascados y a merced de la artillería nipona. No encontraréis mucho de esta batalla ni en la red ni en los libros, pues parece haber sido “misteriosamente” olvidada por muchos historiadores anglosajones. En julio de 1944, tanto el 146º regimiento como, el también equipado con Valentines, 150º Regimiento del RAC  los cambiaron por Carros medios Lee o Grant.

Carros medios M3 Lee en Birmania.

Con el final de la campaña del Norte de África, quedaba claro que los días de primera línea del carro de la Vickers habían pasado ya. Y en la mayoría de los libros sobre carros, aquí se acaba la historia del Valentine. A lo sumo un pequeño párrafo más, sobre cuatro hechos más, y punto final.



Pero aún queda contar lo mejor, y lo más interesante…

Valetine III en Túnez, febrero de 1943.

lunes, 20 de enero de 2014

LA "NOVIA" DE LOS EJÉRCITOS (Parte 2)

Y llegaría el siglo XX, y todo cambiaría.
La primera revolución llegaría de la mano de un bacteriólogo alemán, el doctor Paul Ehrlich que en 1910 presentaría en el congreso de Wiesbaden, su revolucionario compuesto 606, la Arsfenamina, que fabricada por la casa Farbwerke – Hoechts, se haría mundialmente famosa con el nombre comercial de Salvarsan. Tan revolucionaria era la nueva medicina que la propia casa regaló más de sesenta y cinco mil dosis a médicos de todo el mundo (uno de ellos nuestro famosísimo D. Gregorio Marañón) antes de estar terminadas las pruebas (lo que le valdrían diversas acusaciones penales a Ehrlich, de las que saldría absuelto). El propio doctor lo definía como una bala mágica, y bien podía llamarse a sí, pues era el primer fármaco eficaz contra la sífilis, en una Europa en la que se calculaba que podía estar infectado del morbus gallicus hasta un 15% de su población adulta.


El principio activo era el venenoso arsénico, y ello traía sus buenos problemas. La nueva medicina era complicada de fabricar, y muy cara. Además su administración era por inyectable: por vía intramuscular muy desaconsejada pues era extraordinariamente dolorosa y además se solía necrosar la zona de inyección, y por vía intravenosa. En ésta última había que preparar con cuidado la solución para que la sosa usada junto con agua destilada para disolver el polvo amarillento en el que venía presentado no le hiciese perdiese actividad. Además no se podía esterilizar y si se tardaba más de treinta minutos en iniciar la administración, el compuesto se descomponía y le metías al paciente una dosis letal de arsénico. La infusión era molesta, tardaba más de 15 minutos, en ayunas, y debía reposar luego el enfermo en cama 4 – 5 horas después. Y ésta era una pauta simple, pues dependiendo de la gravedad y avance de la sífilis, las pautas podían ser bien complejas.

Kit para la administración del Salvarsán.

Los efectos secundarios eran los propios de una intoxicación arsenical: trastornos gastrointestinales severos, parálisis, necrosis en piel, ceguera, sordera…e incluso la muerte por envenenamiento, algo que ocurría en un caso de cada 200. Pero curaba la sífilis, y eso era razón suficiente para correr ese riesgo.


El ejército español, embarcado en una complicada guerra en Marruecos, con un ejército de leva compuesto por soldados de extracción muy humilde, entre los que se cebaba la sífilis y otras dolencias venéreas, discretamente, fue de los primeros en adoptar la nueva droga milagrosa. A tal efecto, con una delegación española, se trasladó en diciembre de 1910 a Alemania, el comandante médico D. Ángel Morales Fernández, el cual rápidamente introdujo el uso del Salvarsán entre el arsenal terapéutico de la sanidad militar española.


Dos años después, Ehrlich, nuevamente con la inestimable ayuda de su discípulo japonés, el doctor Sahachiro Hata presentó un compuesto mejorado, el 904, que la Hoetchs llamaría el Neosalvarsan. Mucho más estable y sencillo de usar, que permitió que la mortalidad iatrogénica descendiese a uno de cada 2000 casos de administración. También los militares españoles serían de los primeros en adoptarlo, con grandes resultados. De hecho, el control de prostíbulos, las campañas de información a los soldados y los exhortos a la abstinencia sexual, junto con el uso discreto pero intenso y muy eficaz del neosalvarsán consiguieron que en nuestra guerra civil la tasa de infección por sífilis fuese muy baja para un conflicto de dichas características. Y curiosamente ambos bandos actuaron igual, exhortando principalmente al ejercicio de la moralidad de los soldados y a la abstinencia sexual con prostitutas (Durriti, de hecho, llegó a expulsar de manera fulminante de su columna, en 1936, a toda mujer que practicase el comercio carnal).

Los Doctores Paul Ehrlich y Sahachiro Hata.

Y en esas llegó a la historia el primer conflicto militar con fuerte componente industrial entre grandes potencias: la I Guerra Mundial. La actitud de los diversos países e imperios fue muy variada. De entrada los alemanes (también los astro-húngaros, aunque en menor medida), cuyo actuación en parte copiarían los médicos militares españoles, consistía en un sistema rígido y reglamentado de “logística sexual”. Los burdeles tenían que ser autorizados y estar inspeccionados regularmente. Los soldados que los usaban debían a notar sus nombres en un “libro de visitas” indicando con cuál de las mujeres mantenían relaciones, se les suministraba un pack con preservativos y toallitas con cremas desinfectantes, y si podía haber sospecha de contagio debían someterse bajo pena de sanciones disciplinarias al correspondiente tratamiento.


Los británicos ignoraron el problema hasta 1915, en el que la tasa entre tropas de los dominios como los canadienses y los neozelandeses era tan alta, que los primeros ministros de los mismos exigieron un cambio de política a los altos mandos militares, pasando a tener un sistema no tan estricto pero más parecido al germano. Los estadounidenses también optaron por ignorarlo y exhortar a la abstinencia sexual, hasta que a finales de 1917 tuvieron que adoptar el sistema británico. Cerca de 400.000 de sus hombres ya se habían infectado por sífilis y gonorrea...


Pero lo de los franceses fue delictivo. Tenían una legislación muy estricta en esta materia, que llegaba a los extremos de encarcelar y tratar de forma obligada a las prostitutas que se infectasen de alguna enfermedad venérea. Pero aparte de insistir en el matrimonio y en la abstinencia sexual de los solteros, poco más hicieron. Además, seguía en vigor la expulsión del ejército, por comportamiento indigno, si se descubría que el soldado estaba infectado de sífilis. Pero habiendo en el mercado una carísima pero eficaz medicina, y ante las altas probabilidades que el Poilu común tenía de ser gaseado, enterrado vivo por la artillería o despedazado por las ametralladoras alemanas en tierra de nadie, en paraísos terrenales como Yprés, Verdún o en el Aisne, dicha expulsión ya no sonaba tan mal. El resultado es que la tasa de sífilis del ejército francés durante la primera guerra mundial, duplicó la de las demás potencias.


En 1928, Sir Alexander Fleming descubrió la Penicilina, y este antibiótico, sí que curaba la enfermedad de forma muy efectiva. Comparado con la bala mágica que era este nuevo fármaco, el Neosalvarsán más parecía una maza medieval que el fármaco milagroso que había sido. Y lo mejor, era que con el paso del tiempo se desarrollaron técnicas que permitían fabricarlo en masa y de forma muy barata. Los trabajos, en 1938, de Howard W. Florey, Ernest B. Chain y de Norman Hatley, abrieron el camino para que los científicos de la UDSA Northern Regional Research Laboratory y del casa Pfizer desarrollaran métodos de fabricación que lograrían bajar el precio de fabricación de una dosis de penicilina de los casi 300 dólares de finales de los años 30 al medio dólar de mediados de los cuarenta. Además, la penicilina curaba la sífilis con inyecciones intramusculares de fácil administración, era mucho más estable que los compuestos arsenicales, tenía muchísimos menos efectos secundarios e incluso se podía recuperar parte de la misma de la propia orina del paciente. Era el triunfo definitivo de la humanidad sobre la temida enfermedad. Y llegó a tiempo, pues en 1939 empezó otro conflicto de gran calado: la Segunda Guerra Mundial.


Penicillum Notatum.
Y precisamente la posesión de la Penicilina cambiaría, según los países la forma de enfrentarse a los contagios de sífilis entre sus tropas. Los alemanes, que carecían de ella, y que sabían que el antibiótico que tenían, las sulfamidas, era ineficaz contra las ETS, volvieron a hacer lo mismo que en la Gran Guerra. Para qué cambiar, les había ido bien, y su tasa de contagios de venéreas entre las potencias combatientes había sido la más baja de todas.


Pero lo de los japoneses no tiene mucha explicación…La bacteriología nipona siempre ha sido de un gran nivel, pero lo que es extraño fue lo mal aplicada que estaba en ciertas partes a sus fuerzas armadas. Ponían un gran cuidado en conseguir agua potable de calidad a sus soldados, pero (algo que asombraría a los servicios sanitarios aliados después de la guerra) muchos tratamientos eran erróneos o insuficientes. Según fue avanzando la guerra, la disponibilidad de muchos fármacos fue mucho menor, empeorando muchos problemas de salud, como fue el caso de la malaria.


En el caso de las ETS, predominaba más la cura local con tinturas yodadas o con cloruro de mercurio y sulfotiazol, usándose en menor medida el Neosalvarsán, y con una pauta muy discutible. Y era extraño, pues en la abyecta y bastarda versión del bushido que el soldado japonés estaba embebido ya desde el colegio, como soldado victorioso era y debía comportarse como un conquistador. Y esa visión implicaba que los vencidos, y mejor aún si eran civiles, eran con todo derecho objeto de todo tipo de rapiñas, incluidas las sexuales. Además, tanto el ejército como la marina gobernaban y mantenían una gran red de “casas de confort”, eufemismo de burdeles donde las mujeres eran esclavas sexuales. Y eso significaba que se las obtenía como se obtenía a un esclavo en la antigüedad, y se les trataba infinitamente peor.

"Mujeres de Confort", eufemismo japonés para referirse a las mujeres esclavizadas para prácticas sexuales. su destino era terrible...
Es cierto que se las reconocía médicamente de forma periódica. Pero no para tratarlas: toda la que tenía alguna enfermedad era ejecutada brutalmente, con gran variedad de posibilidades en dicha muerte. Los soldados, tratados con curas locales y pautas no muy correctas del compuesto 904, tenían muchas posibilidades de seguir manteniendo su infección de sífilis. Y aquí los japoneses, en su deficiente tratamiento de la malaria, encontraron un inesperado aliado. En 1917, el médico austriaco Julius Wagner – Jauregg descubrió que las fuertes fiebres que causaba la malaria dificultaban el contagio de la sífilis y mejoraban a los pacientes con cuadros primarios y secundarios de la enfermedad venérea. De hecho, y pese al Neosalvarsán, llegó a postular un tratamiento a base de inocular el parásito productor de la malaria, el Plasmodium Falciparum a los enfermos de lues, para luego tratarlos con quinina. Algunos morían de malaria, pero eso era preferible a padecer una enfermedad tan mal vista socialmente.

Dr. Julius Wagner - Jauregg
La gran mortalidad de soldados japoneses en los dos últimos años de guerra, junto con la abundancia de penicilina (que permitía curar a los ex – combatientes infectados de forma muy discreta) gracias a la ocupación militar aliada de Japón en los cinco años siguientes al final de la guerra, ha impedido conocer de forma exacta la incidencia de sífilis en el ejército y marina japonesa.
Los aliados gracias a la gran eficacia de la penicilina, lo tuvieron mucho más fácil. Los norteamericanos, que habían aprendido la lección de la I Guerra Mundial, hicieron un gran esfuerzo en la educación de sus soldados sobre modos de contagio, síntomas y posibilidades de tratamiento, así como modos de prevención. A tal efecto se realizaron multitud de cómics, folletos, manuales y posters, como el que un tal Stan Lee llegó a realizar (VD? Not for me!).



A los soldados que salían de permiso, se les facilitaba un “kit profiláctico químico individual” que contenía tres preservativos, una toallita jabonosa limpiadora, pomada con un 30% de calomelano (cloruro de mercurio) y un 15% de Sulfotiazol, y una hoja de instrucciones detalladas. A veces, incluso, y de forma sorprendente se incluían “por si acaso” un par de píldoras de sulfamida (totalmente inútiles como hemos visto contra gonorrea y sífilis).



La prueba de fuego vino al final de la operación Husky, en agosto de 1943. Messina quedó bajo gobierno militar americano, y el General George S. Patton que había conocido los estragos de la sífilis en la Gran Guerra ordenó que todos los burdeles de la zona quedasen bajo control directo del US Army, y todas las prostitutas fuesen reconocidas y tratadas médicamente. Los soldados sólo podían ir a lupanares “autorizados” y toda infracción de la norma, era castigada con una fuerte multa. El resultado, lógicamente, fue una tasa de ETS asombrosamente baja.
La otra cara de la moneda fue Palermo, bajo control militar británico. El General Bernard Law Montgomery, hijo de obispo anglicano, y muy puritano no quería ni oír hablar del tema, prefiriendo que sus capellanes insistiesen en la abstinencia… la tasa de ETS en el Octavo Ejército se disparó.
Pero la verdadera prueba de fuego vino a partir del 1 de octubre de 1943. En un irónico guiño al destino, volvemos a la casilla de salida, el puerto de Nápoles. Y si lo de Sicilia, una vez tomada, había sido una buena juerga, la ciudad italiana era Sodoma y Gomorra. Tal fue la tasa de contagio de ETS entre las tropas, que hubo miembros de la inteligencia británica que llegaron a pensar seriamente que podría tratarse de un complot del Eje. La solución, fue la que había realizado el US Army: control médico de los burdeles, educación a los soldados, kits de prevención, y obligación de declarar la enfermedad y someterse a tratamiento. Aún así, en la zona, la tasa de infección del mal napolitano seguiría siendo alta durante el resto de la guerra.


Los altos mandos aliados, así, se habían dejado de remilgos estúpidos. Comprendieron que los soldados eran hombres jóvenes, a los que les costaría resistirse no sólo a una buena juerga al volver del frente, sino también a las directas proposiciones y ofrecimientos de mujeres jóvenes, que agobiadas por la  gran necesidad y pobreza en las que la guerra las había sumido a ellas y a sus familias, no dudaban en tener contacto sexual a cambio de cosas que los soldados tenían muy a mano y en abundancia: comida, ropa o medicinas. No es de extrañar que en aquellos años, el producto más rentable para el mercado negro fuese la nueva droga milagrosa, la penicilina. Las nuevas medidas permitirían que en los años 1944 y 1945 la prevalencia de sífilis entre las tropas aliadas fuese la más baja que hasta entonces había tenido un ejército en suelo europeo.


¿Y qué hay de sus aliados soviéticos? Pues poco se conoce, fuera de textos en ruso, de cómo se enfrentaron a este problema. Pero si como muestra vale un botón, la Batalla de Berlín, en 1945, parece decirnos que no debieron hacerlo nada bien. Los soldados soviéticos, alentados por sus comisarios y su propaganda, recibieron carta blanca para tomarse la venganza, en Alemania, de la brutal ocupación de su patria durante casi cuatro años. El uso de violencia sexual no sólo se permitía, sino que además se alentaba. Y eso unido a una población muy empobrecida por los desastres de la guerra, no hace extrañar la alta tasa de enfermedades venéreas entre las filas de sus soldados. Concretamente la sífilis constituyó la segunda causa de baja de soldados soviéticos, sólo superada por la causada por los combates. Tan severo fue el problema que se solicitó a los aliados occidentales una remesa extra de penicilina, entregada al parecer por vía aérea. Una historia apócrifa de la guerra fría, aseguraba que en aquellos años, después del espionaje enfocado a obtener datos sobre la bomba atómica, la siguiente operación en importancia fue la infiltración comunista de los laboratorios Pfizer, a fin de obtener la máxima información para poder fabricar penicilina en gran cantidad en la Unión Soviética.


La sífilis ya podía ser tratada con eficacia, pero en absoluto estaba vencida, como demostraron las cifras de infección de la guerra de Corea. Durante los años 50 y 60, en muchos países occidentales, con los EEUU a la cabeza hubo un gran esfuerzo informativo sobre la misma a los jóvenes. Se buscaba así atajar la enfermedad desde su inicio, con prevención complementada con una red de dispensarios donde discretamente eran tratados los pacientes y sus parejas recientes. 
Además, la posología de las dosis fue mejorando, reduciéndose el número de inyecciones que se administraban, llegando hasta una dosis única intramuscular para sífilis primaria y secundaria de Penicilina G Benzatina de 2.400.000 de UI (aunque cuando yo estudié medicina, se recomendaba complementarla con dos inyecciones extras de dicho fármaco de 1.200.00 UI al quinto y al décimo día de la primera administración, hasta dar un total de 4.800.000 UI). Ese hecho mejoraba la adscripción al tratamiento, y desde luego era mucho más cómodo que las diez inyecciones seguidas diarias de, la mucho más dolorosa, Penicilina Procaína de 600.000 UI cada una (hasta un total de 6 millones de UI) que se ponían en la Segunda Guerra Mundial y en la Guerra de Corea.


Y esas campañas de prevención y tratamiento rindieron sus réditos cuando se enfrentaron los EEUU a la siguiente guerra en el Vietnam. Allí la relajación de la disciplina, las nuevas costumbres sexuales y el nuevo enfoque de la moral que dieron los años 60, junto con la amplia disponibilidad de servicios sexuales abundantes y baratos, propiciaron una tasa record de ETS, incluyendo la sífilis. Sin embargo, la existencia de pautas eficaces de tratamiento para todas ellas minimizó su impacto en las operaciones militares. Aunque, surgió una curiosísima historia: la de la “sífilis negra”.

Ejemplo de cómic educativo de los años 50.
Realmente, ya venía el cuento desde Corea, que a su vez aprovechaba una historia similar, sobre el destino durante la Segunda Guerra Mundial del personal con graves mutilaciones y quemaduras. Se decía que había un tipo especial de sífilis, incurable, que mataba con severa deformidad e inmensos dolores, ahogados en océanos de pus, a los infortunados pacientes. Cuando se detectaba un caso, rápidamente era evacuado a un secreto islote del Pacífico (que los “mejor informados” situaban cerca de la isla de Guam), donde allí quedaba hasta su espantoso final. No se les permitía regreso al hogar, para no difundir la enfermedad ni asustar a la población, y a sus familiares se les ocultaba la causa real de la muerte. A su ingreso, se les daba a elegir si preferían ser declarados muertos o desaparecidos en combate…


Desde luego que tal variante es totalmente falsa. Pero las fuerzas armadas norteamericanas no se cortaron, desde escalones superiores, en difundir el rumor, a fin de lograr evitar que muchos soldados se contagiasen visitando burdeles clandestinos o poco fiables.

Escena de la inmortal película "La Chaqueta metálica".

Cojo y manco quedaría el post si no mencionásemos la existencia de experimentos inmorales para conocer mejor el alcance de la enfermedad, que causarían especial vergüenza y rechazo a los médicos de las generaciones futuras. Como ejemplo mencionar la inoculación de sífilis para estudiar sus efectos y tratamientos a campesinos guatemaltecos en los años 40. Pero el más famoso sería el “experimento de Tuskegee” que comenzó en 1932.
Atraídos y engañados por panfletos que prometían atención médica gratuita, 600 varones negros y de clase baja de Tuskegee, Alabama fueron incluidos en un siniestro estudio. Se eligieron a 399 por tener la sífilis, y a otros 201 sanos como grupo control. Los enfermos no recibieron jamás tratamiento de ningún tipo, pese a la existencia de penicilina, durante 40 años de sus vidas. Sólo se les dijo que padecían una extraña dolencia sanguínea crónica. Así, durante esas cuatro décadas, se recogieron en detalle todas las manifestaciones clínicas de la evolución de un lues sin tratar. El precio fue muy alto: aparte del desarrollo de la forma terciaria en los supervivientes y la muerte prematura de 100 de ellos, también 40 esposas y 19 hijos e hijas se vieron contagiados. Pararía tal aberración gracias a las incansables denuncias de un joven epidemiólogo de San Francisco, el doctor Peter Buxton, que enterado desde 1965 no cejó en su empeño de ver cerrado tal monstruosidad. Lo lograría en 1972, tras filtrar todo el tema al New York Times. El gobierno, no se disculparía e indemnizaría a las víctimas hasta 1997.


Dr. Peter Buxton.

La sífilis como ya dije no está vencida. De hecho, después de la Gonorrea y muy por delante del SIDA, sigue siendo de las enfermedades de transmisión sexual con mayor prevalencia. Por el momento, los tratamientos siguen siendo efectivos, y apenas se ha informado de resistencias a los antibióticos, que en muchos casos más han tenido que ver con medicamentos falsificados o adulterados de alguna manera. También la clínica, tras el contacto del género humano con la enfermedad pasados uso siglos, ya no es tan brutal y rápida como al comienzo de nuestro relato. Pese a ello, la posibilidad que su infección afecte a un gran número de soldados no puede ser ignorada por parte de los servicios de sanidad militar.



Así que todavía queda mucho tiempo para poder seguir siendo la indeseada “novia” de muchos ejércitos.