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viernes, 10 de agosto de 2012

DE PORTAAVIONES, ESPIAS Y FORENSES


(dedicado a mi buen amigo Ginés, que me ganó una apuesta sobre este tema)

El sábado, 27 de marzo de 1943, al volver de un ejercicio aeronaval, y muy posiblemente debido a una fuga importante de gases de combustible de aviación, el portaaviones HMS Dasher sufrió una tremenda explosión que reventó e hizo saltar por los aires el ascensor de popa, e incendió el navío de proa a popa. Cinco minutos después comenzó a hundirse con gran rapidez de popa, saltando los supervivientes de la explosión a las frías aguas del Firth of Clyde escocés. De 528 tripulantes, sólo sobrevivieron 149.

El HMS Dasher tenía un historial curioso. De la clase Avenger, había sido construido en los EEUU, en los astilleros Sun Shipbuilding, de Chester, Pennsylvania, sobre la base del mercante Río de Janeiro, y entregado a la desesperada armada británica en julio de 1942. Los portaaviones de escolta eran una necesidad acuciante en la batalla del Atlántico, y más en su punto álgido de 1942 – 1943. Sin embargo, ni su tamaño, ni su forma de construcción gustaban a los marinos británicos. De hecho, en la armada norteamericana sus siglas, antes del numeral, CVE, por Carrier Vessel Escort, eran cambiadas por sus tripulaciones por Combustible Vulnerable Expendable, señalando así el defecto (luego subsanado en modificaciones siguientes) de sus poco fiable sistema de distribución de combustible de aviación, que daba lugar a fugas constantes y acumulaciones peligrosas de vapores del mismo.



Como curiosidad, mencionar que embarcó, durante la operación Torch, uno de los últimos escuadrones de Sea Hurricane que vería combate, el 835 (los otros dos últimos, el 800 y el 801 iban en un buque gemelo, el HMS Biter).


 
 
Si bien el rescate se lanzó con la mayor rapidez posible, el manejo posterior de la catástrofe fue lamentable. Sólo dos buenas decisiones: intentar ocultar un incidente así en tiempo de guerra, mediante la reclusión en una base de los supervivientes, y la revisión en astilleros del resto de los portaaviones de la clase (los HMS Biter y HMS Avenger) para arreglar el desaguisado del sistema de distribución de la volátil gasolina de aviación. Sin embargo, el manejo funerario de los cadáveres fue simplemente vergonzoso. De primeras, como es lógico, se trató de ocultar el hundimiento, todo lo posible a las familias de los fallecidos. A continuación, se enterró sin apenas ceremonia alguna, en una fosa común, a los primeros cadáveres rescatados. Tras la presión que hubo se llevaron a 60 familias a Ardrossan, pero sólo se celebraron 12 funerales…y la mar, durante las semanas siguientes, devolviendo poco a poco los cuerpos de los fallecidos de hundimiento declarado secreto, pero ya conocido por toda la comarca. La memoria de tan triste hecho no obtendría cierta reparación hasta el 27 de marzo de…1993, cuando se instaló una placa conmemorativa en los jardines de la iglesia de Ardrossan. Otra más, mirando al mar, se instalaría en 1996.



Y aquí terminaría el post…si no fuera por una operación militar, de gran envergadura, con el código de Husky, que estaba en marcha.

Para la primavera de 1943, una vez expulsadas las fuerzas italo – germanas del Norte de África, a nadie se le escapaba que el sur de Europa iba a ser objeto de una operación de gran envergadura por parte de los aliados. Pero ¿dónde? ¿irían al Sur de Francia, Sicilia como objetivo más creíble, el sur de Italia acaso? ¿o se lanzarían a los Balcanes, para aliviar la presión que los rusos estaban sufriendo en el este, y provocar así la entrada de Turquía en la guerra? La inteligencia y el espionaje alemanes estaban trabajando contra reloj, intentando hallar una pista fiable, o esperando un golpe de suerte, golpe de suerte, que sin saberlo, se lo estaban “fabricando”…

El MI5, a través de uno de los grupos de la historia del espionaje más famosos y eficaces, “el comité de los veinte”, harían llegar, por vía indirecta documentos de alto secreto que detallaban el asalto anfibio aliado a la isla de Córcega, con vistas a ataques posteriores al sur de Francia y a los Balcanes. Lógicamente, no podían lanzarlo sobre territorio enemigo o dejarlos muy a mano de un espía…tenía que ser muy creíble, y la mejor manera, que estuviesen en manos de un cadáver… y había un antecedente que les había quitado el sueño, y mucho a los aliados. En Septiembre de 1942, un PBY Catalina de la RAF se estrelló cerca de Gibraltar. Uno de sus pasajeros, el teniente de navío James Hadden Turner falleció, y su cadáver fue arrastrado hasta Tarifa…con una carta del general Mark Clark al gobernador de Gibraltar, con detalles importantísimos sobre los agentes aliados en el Norte de África, y las fechas y lugares exactos de la operación Torch. El cuerpo, y los documentos, al parecer la carta sin abrir, fueron devueltos a los británicos, pero el susto no se pasó hasta el completo éxito de Torch. Pero dio una gran idea al comité.


Así empezó el germen de la operación “Mincemeat” (carne picada). Se construyó desde cero, una identidad falsa. El mayor William Martin de los Royal Marines, y crearon además su personalidad, como buen oficial pero algo descuidado. Alguna factura sin pagar, tarjeta de identidad duplicada, entradas del teatro, cartas de amor de una novia, y hasta una carta del Lloyd’s que le advertía de un descubierto en su cuenta. Una cartera con una cadena atada a su muñeca redondearía el engaño. Y por supuesto, hacía falta un cadáver creíble.

Para ello contaron con la inestimable ayuda de uno de los mejores patólogos forenses de Gran Bretaña, el doctor Sir Bernard Spilbury; el cual, según la historia oficial, eligió el cadáver de un pastor galés que había fallecido de “neumonía” por ingestión accidental de raticida. Esa neumonía simularía una permanencia de largo tiempo en el agua, para confundir a cualquier examen forense. Si éste fue el cadáver que eligió el reputado patólogo, pues francamente, yo no lo emplearía ni para limpiar una sala de autopsias…

Para hacer más creíble el asunto, se había decidido que el cadáver no debía llegar a costas controladas por alemanes o italianos. Así que la opción más factible era repetir el incidente de Gibraltar. Un anónimo cadáver, procedente de uno de los múltiples accidentes aéreos de una región en guerra total, que es arrastrado después de tiempo en la mar a costa de un país neutral, con fuertes lazos con la inteligencia del enemigo. Creas una identidad de la nada, estableces un buen plan, y el ingrediente fundamental del mismo, el cadáver, lo eliges así…procedente de un envenenamiento y lo tiras al agua. Y esperas que cuele…es increíble, cómo los historiadores se tragan a paladas las versiones oficiales, lo vimos con Martin Caidin, y ahora lo vemos con Mincemeat.

He leído en gran número de textos que la medicina forense española de la época era mala e ineficaz. Falso. En España, desde 1865, existía el Cuerpo Nacional de Médicos Forenses, con representantes del mismo en todas las provincias. Además, desde 1886 existía el laboratorio central de medicina legal en Madrid, que con los años se crearían además los de Barcelona y Sevilla. En 1911, fueron agrupados en el Instituto de Análisis químico toxicológico, para en 1935, crearse el Instituto Nacional de Toxicología, con delegaciones en Madrid, Barcelona y Sevilla. Distribución, que unida a la creación de la subdelegación de Sevilla en las Canarias, se mantiene hasta la actualidad. Es decir, que en 1943 había médicos especializados en medicina forense en España, y además, un laboratorio forense bien especializado relativamente cerca, en Sevilla.

¿Y cómo se diagnostica un ahogamiento en medicina forense? Pues mediante una técnica de autopsia que recoge tanto observación directa como recogida exhaustiva y análisis especializado de dichas muestras. Y en esa autopsia se tarda bien unas 2 horas y media a tres horas. Un buen peñazo, vamos.

Lo primero es observar la presencia de lesiones que puedan haber contribuido al ahogamiento, como fracturas, quemaduras, heridas diversas, que hubiesen minado la resistencia en el agua del fallecido, y distinguirlas con las que se producen postmortem al ser golpeado contra rocas, arrastrado por arena, etc. Conjuntamente, observar los fenómenos cadavéricos, la permanencia del cadáver en el agua, y cualquier hecho que pueda perturbar su evolución.

Respecto al examen de las muestras, se realiza para comprobar tanto la permanencia del cadáver en el agua como la existencia de signos de vitalidad en la sumersión del mismo. Sin entrar a valorar marcadores como el de los niveles de estroncio en sangre intracardiaca, el más sencillo de realizar es la determinación de diatomeas en órganos abiertos y en órganos cerrados a la entrada del agua en el organismo.

Las diatomeas son pequeñas algas microscópicas con caparazón silíceo presentes en todo tipo de agua, incluso en la del grifo. Tienen la capacidad de entrar, en vida, en el torrente circulatorio, y acumularse en ciertos órganos. Lo que se examina, precisamente es ese caparazón silíceo que presenta una especial luminosidad a la luz UV. Y lo mejor de todo: es muy específica la forma del caparazón en cada tipo de agua. Y sólo se precisa una muestra del agua donde fue hallado el cadáver para comparar. Si el cadáver resultaba ser algo sospechoso, y se hacía la toma de muestras, un simple examen de diatomeas daría al traste con toda lo operación. 



Pero como decíamos, el muestreo debe ser exhaustivo, y es pesado de realizar. Se tienen que abrir las tres cavidades principales: craneal, y toraco – abdominal. Tórax y abdomen, ya sea mediante técnica de Mata o de Virchow es más sencillo, pero la craneal es más complicada y pesada. Debe serrarse la calota craneal, y en aquellos tiempos no se usaba apenas la sierra de Stryker, que permite hacerlo en menos de cinco minutos. Se usaba una simple sierra de arco, que siendo aún experto, hacía que se tardase unos buenos 20 – 25 minutos (o a veces más, dependiendo del grosor de la calota craneal) en la apertura. Y al terminar, el brazo queda como de gelatina y doliendo lo suyo. 

De muestras, como se ha dicho, se recogen, para comparativa órganos abiertos y cerrados a la entrada de agua en el organismo. De los abiertos, el más sencillo, es el tejido pulmonar, con la ventaja añadida que se puede además realizar un examen histopatológico de las lesiones propias de una sumersión. Lesiones microscópicas, muy diferentes a las de la acción de un tóxico. De los cerrados, el muestreo debe ser bien complejo: se recomienda mandar hígado, sangre (también otra muestra para análisis toxicológicos), bazo; así como duramadre cerebral, cerebelo y plexos coroideos. Y a esto, añadirle un fémur, o más sencillo, el esternón para estudio de diatomeas en médula ósea.

Si este muestreo se hacía, el plan estaba chafado. Ya fuese porque al forense español le llamase algo la atención, no le cuadrase alguna lesión, o simplemente porque los alemanes, ante la más mínima discrepancia que se viera en un examen externo del cadáver decidiesen hacer una exhumación del cuerpo y realizar ellos el muestro. Pues hay además un problema extra: muchas de estas muestras son aptas para un correcto análisis aún en putrefacción del cuerpo.

Utilizar un cadáver proveniente del envenenamiento con un raticida de la época, es la mejor forma de hacer fracasar la operación. La inmensa mayoría de los venenos de ámbito agrícola usados en la Gran Bretaña de la época, o bien eran alcaloides estilo la estricnina, o tóxicos metálicos como el arsénico o el Talio. Ninguno de ellos deja como lesión única un simple edema de pulmón, que además no es una lesión sino un signo lesional, concepto bien diferente en patología forense. Las marcas, señales, alteraciones y signos patológicos externos e internos son múltiples, visibles, llamativos, y más resistentes de lo que parece a la acción de la sumersión del cadáver y su putrefacción. Y contando con que una intoxicación accidental aguda letal es con grandes cantidades del tóxico, está bien claro que hasta el más lerdo en medicina forense se hubiese dado cuenta que aquel cadáver no era lo que parecía.

La representación debía ser perfecta. Debía aparentar sin fisuras que era un oficial aliado ahogado en un accidente de aviación, cuyo cuerpo había sido arrastrado a la playa por acción de las corrientes y las mareas. Uno de tantísimos que el forense de la zona veía a lo largo de los meses. Un cadáver más, una víctima de la guerra más. Alguien que podrías datar y certificar la causa de la muerte con un simple reconocimiento externo, pues no te generaba ninguna sospecha especial. No se precisaba algo parecido a un ahogamiento, se precisaba un ahogado de verdad.

Y volvemos aquí al HMS Dasher. Noreen Steele y John Steele apuntan en su libro The american connection to the sinking of HMS Dasher una posibilidad mucho más fiable, y certera a mi juicio. El MI5 disponía no de uno, sino bastantes cadáveres ahogados procedentes de su hundimiento, ahogados en la mar, y con lesiones típicas del medio acuoso e incluso de caída brusca desde cierta altura (no olvidemos que la cubierta del HMS Dasher estaba a sus buenos metros de la superficie del mar). Además, era el cuerpo de un marino, que tras ser identificado podían usarse sus datos y sus fotografías previas para la creación de la identidad del mayor Martin. Era un candidato ideal…

El resto, ya es de sobra conocido. El cuerpo, fue cuidadosamente guardado en un contenedor con hielo, y embarcado en el submarino HMS Seraph que se hizo a la mar el 19 de abril de 1943 (un gran habitual de las misiones clandestinas), y lanzado su cuerpo al mar una milla al sur de Huelva. Poco después, fue encontrado por un pescador de Puerta Umbría, todavía con su cartera atada por cadena a la muñeca.

La autopsia fue realizada por el Dr. D. Enrique del Torno. Era uno más de los muchos cadáveres de militares que llegaban a las costas onubenses, y su aspecto no le llamó la atención. Determinó la ausencia de lesiones de entidad (que es muy diferente de lo que se lee que no había lesiones externas) susceptibles de influir en el mecanismo fisiopatológico que causó la muerte, y dató el cadáver como fallecido unos cinco días atrás. La profunda estupidez que se lee que “no realizó una autopsia completa al creer que el mayor Martin era católico, porque llevaba al cuello una cadena con una cruz de plata” no tiene sentido. La autopsia se realizaba si el médico forense lo estima necesario o no, punto. Y si con un reconocimiento externo podía ahorrarse todo el trabajo antes descrito, en un cadáver más, de los muchísimos similares que llegaban esos años a las costas de Huelva, mejor que mejor. Pero está bien claro, que el del muerto por envenenamiento hubiese atraído inmediatamente sus sospechas, y más aún, en una época donde ese tipo de muertes tanto en medio rural como urbano eran bien habituales.



Los alemanes picaron el anzuelo. Abrieron los documentos como regalo caído del cielo, y reforzaron Córcega y Cerdeña, con traslado secundario de tropas a Grecia. Y dado como fueron las primeras 48 horas de la operación Husky, es obligado decir que la operación Mincemeat salvó a los aliados de varios desastres en algunas cabezas de playa.

Por cierto, si estáis por Huelva, todavía se puede ver en su cementerio municipal la tumba del Mayor William Martin, de los Royal Marines, el “hombre que nunca existió”.





1 comentario:

  1. Estimados Sr: El pasado 28 de Abril, presentamos en la Feria del Libro de Huelva, un nuevo libro sobre la Operación Mincemeat (El hombre que nunca existió): "El Misterio de William Martin - Desentrañando la trama". Una obra que después de más de dos años de investigación ofrece importantes novedades sobre el engaño urdido por los aliados durante la Segunda Guerra Mudial, y que tuvo lugar en Huelva. Adjuntamos noticia publicada en el diario digital Huelva24, que incluye book-trailer de la publicación, elaborado por los autores. http://huelva24.com/not/54631/william_martin__el_cuerpo_que_robo_alemania__el_secreto_que_inglaterra_guarda/ William Martin: El cuerpo que robó Alemania, el secreto que Inglaterra guarda — Huelva24 huelva24.com William Martin: El cuerpo que robó Alemania, el secreto que Inglaterra guarda — Huelva24 huelva24.com
    William Martin: El cuerpo que robó Alemania, el secreto que Inglaterra guarda — Huelva24
    huelva24.com

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