Buscar este blog

jueves, 30 de agosto de 2012

LAS GUERRAS SIOUX (Parte 3): La guerra de las columnas


Si pensáis que el problema con los Dakota se había solucionado con esos 38 ahorcados, es que no conocéis el carácter indómito de la nación Sioux. No todos los guerreros se habían rendido, y bandas de ellos, comenzaban a operar desde Nebraska causando problemas y ataques en el territorio de Dakota; y lo peor de todo, uniéndoseles partidas de Lakotas y Nakotas. Y aunque lo peor había pasado, la posibilidad de un nuevo alzamiento, contando esta vez con el resto de los Sioux, no debía ser despreciada.

El general Pope, como hemos visto, en un claro ejemplo de “patada hacia arriba”, había sido enviado a sofocar la rebelión de los Dakota, tras su clamorosa derrota ante Lee en la segunda batalla de Manassas. Tras la rebelión, fue nombrado gobernador militar del noroeste, y aplicó sus energías a pacificar la zona. Es curioso como la historia militar te muestra generales, que en un mando en el campo de batalla se comportan con gran ineptitud, pero que ascendidos a puestos superiores, de gestión, mando y organización, se convierten en personas muy capaces y valiosas. Éste es uno de esos ejemplos.

Y no lo tenía fácil. 1863 se veía que iba a ser especialmente decisivo para la guerra de secesión, por lo que la Unión echó toda la carne en el asador, llevándose al este las mejores unidades, armas y pertrechos, y dejando desabastecida y desguarnecida la frontera. Y a ello, añadir que no sólo los Sioux, sino también Arapahoes, Kiowas, Cheyennes y otros, aprovecharon el momento de debilidad para relanzar sus incursiones. Pope empleó el invierno entrenar a sus bisoñas tropas, conseguir más suministros, reclutar exploradores y preparase para la ofensiva.

Y de eso precisamente va este tema: cómo se luchaba contra los Sioux.

 Ya en la década de 1850, el ejército de los Estados Unidos se dio cuenta que era inútil lanzar ataques contra partidas de indios. Inútil y temerario, pues si encontrabas a una partida inferior en número, lo que realmente ocurría es que te estaban atrayendo a una emboscada. Es la gran ventaja que tienen las unidades irregulares de caballería, y más aún si son de pueblos nómadas, pueden formarse, reformarse, disolverse, concentrarse de forma inesperada contra puntos débiles, y siempre disponen de excelentes exploradores.

Además las unidades que formaban los Sioux eran muy ligeras, con muy poca impedimenta y gran capacidad de vivir del terreno. Son embargo hay una trampa en esto, común a todo ejército similar. De acuerdo que la capacidad de vivir del terreno es una gran ventaja, pero los suministros que te otorga son siempre limitados y al capricho de la naturaleza. El truco real es que tus suministros están siempre a mano, sobre el terreno y disponibles, ya sea en forma de algún caché o escondite, y sobre todo, porque disponías de una base logística móvil y muy eficaz: el poblado indio.

Los poblados Sioux tienen las mismas ventajas e inconvenientes que podían tener los de los mongoles o los hunos, por poner ejemplos históricos. Lo mejor de todo es que son móviles y puedes trasladarlos con relativa rapidez. Además, los puedes ocultar con facilidad, y puedes disimularlos con la creación de unos cuantos poblados-señuelos que confundan a los exploradores enemigos, e incluso los atraigan a una trampa. Por desgracia, si son localizados por una fuerza bien armada, no hay defensa eficaz de los mismos, más que una desesperada acción de retaguardia que permita su evacuación. Incluso una fuerza inferior en número te puede causar un gran daño en un ataque relámpago.

Campamento indio típico. Foto tomada en torma a 1880. Aún así se ve sus "extensas" y "profundas" fortificaciones...


Dentro de los poblados indios, estaba la fuerza industrial y productora imprescindible: las mujeres. El paso de un búfalo recién cazado a las pieles de la tienda y al churrasco de la hoguera no es automático, y requiere un trabajo ímprobo y pesado. Además, ellas se ocupaban de preparar la comida, ahumar el pescado, empaquetar las provisiones, montar y desmontar las tiendas, cuidar a niños, ancianos y heridos, recolectar cultivos silvestres y un largo etcétera.  A principios del siglo XX, un anciano jefe Cherokee comentó a un periodista: “antes de la llegada del hombre blanco, cuando el indio gobernaba esta tierra, había comida para todos, no había impuestos, y las mujeres hacían todo el trabajo duro. Y vino el blanco, y nos dijo que podía mejorar el sistema…”. Bromas machistas, sin gusto alguno aparte, el anciano expresaba la tremenda importancia que ese trabajo en la vida cotidiana y operaciones militares tenían las mujeres con su trabajo.


la fuerza industrial india: sus mujeres. Foto tomada, en tribu sin identificar, en torno a 1890, pero muy demostrativa de su dura existencia

No pienso entrar en polémicas estériles sobre el papel hombre – mujer en las sociedades de nativos americanos. Ni tampoco pienso que las mujeres fuesen malas guerreras, todo lo contrario. Todos aquellos que estamos casados y hemos acompañado al Ikea a nuestras chicas, sabemos por experiencia, que su capacidad de organizar y dirigir una buena incursión supera con creces a la del hombre. Pero esta división, aparentemente injusta, en una sociedad nómada, en continuo desplazamiento y conflicto es imprescindible. El guerrero debe serlo veinticuatro horas al día, siete días a la semana. Debe estar en continuo movimiento y patrulla, dispuesto a no dormir muchas horas, comer poco, cabalgar sin descanso, explorar, combatir y proteger. Recordad que la base fundamental de su sociedad, el poblado no tiene apenas defensa que la  que ellos mismos, de forma móvil proporcionen. Y cualquier despiste, siempre se paga con el desastre.

Está claro que el ejército debía dedicar sus esfuerzos a encontrar los poblados y destruirlos. Y aún logrando una evacuación rápida se conseguían réditos. Cualquier herramienta, víveres, persona o caballo perdido o dejado atrás suponía un grave inconveniente para el Sioux, y más aún contando con que debían mantener unas adecuadas reservas para el duro invierno de las grandes llanuras. Si además se causaban bajas entre las mujeres, ya sea por el combate o por su captura, el daño a la estructura logística era tremendo. Estos hechos explican el porqué la caballería norteamericana masacraba poblados de forma tan asidua.

Atacar a los Sioux exigía además elegir con cuidado la estación del año: si se hacía en verano o en invierno (aquí, en ese terreno no había ni primavera ni otoño). Atacarles en verano tenía la gran ventaja de interrumpir en gran medida su ciclo de obtención de reservas para el invierno, dificultando la pesca e impidiendo una adecuada caza del búfalo. Las tropas podían vivir mejor sobre el terreno, sin depender tanto de los trenes logísticos, lo que las hacía más ágiles, y no sufrían tanto los rigores climatológicos, permitiendo campañas más prolongadas. Sin embargo, la resistencia era mucho mayor, pues había que contar con los “merodeadores de verano”, y la posibilidad de la alianza de otras partidas de indios, de otras tribus, que vieran la entrada del ejército en sus territorios de caza como una intromisión intolerable.

Realizar la campaña en invierno tenía las lógicas dificultades de operar en un durísimo clima invernal, más propio de tropas de montaña que de caballería ligera. Una dura tormenta de nieve que acabase con gran parte de las monturas podía poner en riesgo a la columna, o peor aún, que ésta se separase en grupos más pequeños, y por ende, más fácilmente atacables por partidas de indios. Sin embargo tenía la gran ventaja que pillaba a los indios en su momento más bajo, con poca caza, viviendo de reservas, y en mucho menor número. Un ataque exitoso contra un campamento Sioux en invierno, podía ser un grave desastre para esa tribu, y más aún si perdían a las mujeres, parte de los víveres y de los caballos. Y sus afamados ponies, además, estaban en grave desventaja (como toda caballería nómada) ante los caballos de los blancos: debido al invierno los pastos son muy escasos, por lo que su fuerza y resistencia es muchísimo menor. Por el contrario, el caballo del ejército, al ser alimentado con forraje y avena logra resistir mucho mejor una campaña invernal.

El duro y eficaz Pony indio. "Incluso un tullido, un niño o un anciano, armados y a caballo, siguen siendo guerreros útiles" 
 
Veamos algunos ejemplos de cómo se organizaban estas columnas.

Una vez entrenadas y abastecidas las tropas, Pope tomó la iniciativa. Organizó un plan con dos columnas, una con ya conocido general Henry Sibley, y otra, con otro mando experto en operaciones en la frontera, Alfred Sully. Sully presentaba un perfil bien curioso para el aficionado, pero a poco que leas un poco de historia, resulta ser el habitual del militar profesional de la frontera: un gran enamorado de su tierra, costumbres, y gran defensor del modo de vida indígena. Su primera mujer fue una mejicana, que murió de una epidemia de cólera mientras estaba destinado en California. Su pérdida casi acaba con él…pasados los años se casaría…¡con una Sioux! Una mujer de los Nakota, que era hija de uno de los más importantes chamanes, Saswe. La hija de ambos, Mary, recibiría el nombre indio de Akicita Win, “chica soldado”. Se casaría a su vez con un indio que se convirtió al cristianismo, y sería pastor episcopaliano. Dedicarían, los dos, su vida al bienestar y defensa de la nación Sioux. El general Sully, además, tenía, al igual que el inmortal Frederic Remington, una gran pasión por la pintura, en especial por las sencillas acuarelas. Sus obras sobre la vida en operaciones y en la frontera constituyen un gran tesoro para nosotros, generaciones posteriores, de lo que es un mundo tan extraordinario y especial.

General Alfred Sully.

 La composición de las columnas no obedecía a reglas fijas, y eran más bien Ad Hoc, dependiendo de lo que hubiese y de las preferencias de su comandante. La columna de Sibley era de 3000 hombres, con un porcentaje importante de infantería (veremos, más adelante, lo útil que era en las guerras indias) con su destacamento de artillería. Sully, prefería una fuerza más pequeña, de 1200 hombres, casi todo de caballería, con su sección de artillería.

Acuarela de Alfred Sully

Ambas columnas partirían de lugares diferentes, en fechas parecidas, con la intención de barrer el territorio de Dakota, y encontrarse en Devil’s Lake. Recordad que no existía la radio, así que el plan debía ser muy concreto, el territorio de actuación de ambas conocido, para poderse una columna en apuros buscar el amparo de la otra, y buscando que indistintamente una u otra fuese, o bien el yunque, o bien el martillo, donde llevar los campamentos indios, y destruirlos de un sólo golpe.

Voluntario de Caballería de la Unión. Foto de finales de 1861.

 Sibley lo tuvo más fácil. Salió de Camp Pope el 16 de junio de 1863, y llegó a mediados de julio a Devil’s Lake. Allí estableció, como era costumbre, un fuerte (el típico de la frontera que vemos en las películas de Hollywood). Dichas posiciones, bien fortificadas, no eran móviles como los campamentos Sioux, pero estaban muy bien protegidas y defendidas (aunque eso significase perder valiosas tropas en su guarda), y se podían dejar ahí una parte importante de los suministros de la columna, amén de servir de depósito de monturas y lugar para facilidades médicas. Los Sioux no podían tener nada parecido…

Ambulancia del US Army de la época. El hospital más cercano podía estar a varios días de marcha. los Sioux lo tenían aún peor...

A partir de ahí, el experto y agresivo Sibley persiguió los campamentos indios sin descanso. Casi los atrapa en Big Mound, casi lo logra en Dead Buffalo Lake, y mucho daño les hizo en Stony Lake. Ninguno de los encuentros fueron batallas definitivas, pero en cada una de ellas, los Dakota y sus aliados perdían suministros, caballos, guerreros expertos…y su base logística: mujeres capturadas. Sin embargo, llegado a este punto sus suministros eran escasos, así que decidió unirse a la columna de Sully. No la halló (lo normal, vamos), y se acabó retirando a Fort Snelling (Mn).
Sully tuvo dificultades desde el principio. Su punto de partida estaba mucho más al oeste, y pensaba trasladar sus tropas por el Alto Missouri. Sin embargo, su ínfimo caudal para la época, significó que no pudo operar hasta mediados de Agosto. Su campaña fue más corta, pero parecida. Se topó el 3 de septiembre de 1863, con un enorme poblado indio de más de 1000 guerreros. Conocía perfectamente a los Sioux, y sabía, que pese a su bravura, sus competencias en combate por la noche eran lamentables. Así que lanzó un asalto nocturno. Y como todo combate de tal índole, se convirtió en un caos brutal, y en una pelea salvaje. Tuvo 20 muertos y 38 heridos. Los indios, perdieron cerca de 200 guerreros, 250 mujeres y niños capturados, casi todos sus caballos, y una parte importante de sus suministros para el invierno. Era una derrota total para esas tribus. Escaso de suministros, volvió a Fort Randall.
Remataría el trabajo, Sully, en Junio de 1864. Con una columna única de 3000 hombres, y muy buenos exploradores Nakota y Crow, se adentró en territorio de Dakota. De inmediato, lo habitual, fundó Fort Rice. Y luego se lanzó a encontrar los campamentos indios. El 28 de julio de 1864, en Killdeer Mountain encontró un campamento Sioux gigantesco. Y adoptó una táctica única y pelicular: formó un cuadrado móvil.
Campañas de Pope, en 1863 y 1864. Fuente: "Atlas of the sioux wars". Combat Studies Institute Press

En estrategia militar del periodo, ese cuadrado móvil estaba más que desprestigiado. En la batalla de Wagram, en 1809, el general francés MacDonald montó un asalto con un gigantesco cuadrado de 8000 hombres, que fue hecho picadillo bien fino por los expertos artilleros austriacos. Un blanco enorme y tentador. Pero los Sioux no tenían artillería…

El cuadrado de MacDonald en Wagram. Fuente: "Aspern & Wagram 1809". Osprey Publishing, Campaign nº 33.

Algunos ex – oficiales del ejército británico, emigrantes en los EEUU, habían sugerido, alguna vez, a Sully, esta formación. Contra un ejército occidental era un suicidio. Pero era la habitual del imperio de su graciosa majestad en las colonias. Los Sioux no se podían creer el pedazo bocado de tarta que les ofrecían, pero se equivocaban. No era un bocado, era la tarta entera, y no tenían tantos dientes para ella. Ataque tras ataque, carga tras carga, intento tras intento, sus esfuerzos se estrellaron contra ese leviatán móvil. Lo peor: que perdieron un tiempo precioso en evacuar su campamento, que perderían en su casi totalidad, con todo su imprescindible contenido humano y material. Después de esta gran victoria, y tras una demostración de fuerza contra los Lakota, volvería esta columna, a Fort Ridgeley.
Estos éxitos se consiguieron contra los debilitados Dakotas, y una ayuda poco consistente de Lakotas y algunos Nakotas. Pero ahora, y aunque sea adelantar acontecimientos, veamos, lo que podía ocurrir con una mala planificación, contra los aguerridos y unidos Lakota.
En 1865, una banda importante de guerreros Lakota incursionó en Platte Bridge, muy cerca de la senda Bozeman (os hablo en un post de ella). La alarma fue enorme, y el mando de la región, el general Patrick E. Connor, montó un ataque de tres columnas convergentes hacia Rosebud Creek. La primera, de 1400 hombres de caballería, la mandaría el coronel Nelson Cole, y partiría de Omaha. La segunda, al mando del teniente coronel Samuel Walter, y con 600 miembros de la caballería de voluntarios, partiría de Fort Laramie. Y la tercera, al mando de Connor, partiendo de Fort Laramie y Fort Mitchell, sería la fuerza principal, con 558 hombres veteranos de caballería y 179 exploradores indios. Contaría además cada fuerza, por propia decisión del general, con un buen destacamento de artillería a caballo; decisión que salvaría la cabellera de la mayor parte de sus hombres.

La Campaña de Connor. Fuente: "Atlas of the sioux wars". Combat Studies Institute Press

A Connor no le fue mal del todo, estableció su fuerte a finales de Agosto (Fort Connor…¡toma humildad!) y comenzó sus operaciones. En su zona encontró un gran campamento Arapahoe, mandado por Oso Negro, cerca de Tongue River. En un ataque bien planeado, destrozó la retaguardia india, y logró, pese a la huida de la mayoría del poblado, matar a casi todos los caballos indios. Los dejó así sin apenas capacidad ofensiva. La victoria fue aún mayor, cuando a principios de septiembre, empezaron de forma temprana, las primeras tormentas de nieve en el territorio. Así que se lanzó a enlazar con Cole y Walter, a fin de formar una columna más compacta.

Jefe Arapaohoe Cara de pólvora. Foto tomada en 1876.

A Cole y Walter no les iba nada bien. Aunque habían logrado unirse el 18 de agosto, estaban topándose con todos los Lakota de la región. Y peor, aún, no hallaban campamento alguno. Y a todo eso, a principios de septiembre, los peligrosos temporales de nieve de las llanuras. Sólo la primera noche perdieron 200 mulas y caballos. Y para empeorar el cuadro, los Cheyennes se unieron a los Lakota. 

Guerreros Cheyenne del afamado show de Búfalo Bill. Aún así, se puede percibir la bravura en sus facciones...

Lo que siguió fue una triste retirada, con ataques constantes de los indios, y pérdida de provisiones, monturas y hombres. Les salvó la artillería…en cada ataque la columna cerraba en cuadro, con la artillería sacudiendo botes de metralla sin parar, y voleas constantes de los fusiles de los soldados. El 5 de septiembre, además, y de forma fortuita se encontraron con un gran poblado Sioux – Cheyenne…y si no llega a ser por la artillería y sus servidores no lo hubiesen contado. Pero la evacuación y protección posterior del poblado les dieron un respiro, que les permitió retirarse a Fort Connor, donde llegaron desechos y exhaustos el 21 de septiembre. Las fuerzas de Connor, sin haber encontrado a los indios ni haber podido contactar con ellos, llegaron, también exhaustas, el día 24 de septiembre. El desastre se había evitado por los pelos…

Jefe Sioux Lakota. Óleo de Frederic Remington

La ofensiva era un fracaso, y los indios se envalentonaron por lo que consideraban una gran victoria. Como siempre, tendría consecuencias, a todo lo largo de la infame senda Bozeman…


martes, 28 de agosto de 2012

LAS GUERRAS SIOUX (Parte 2): Rebelión en Montana



Prometí hablar de los Sioux Dakota, y he aquí su historia más importante.
El tratado de Fort Laramie no fue único, sino el más importante de una serie de tratados realizados con los nativos americanos de las praderas, en 1851. De especial importancia para los Dakota fueron los de Traverse des Sioux de julio de 1851, y sobre todo el de Mendota de principios de agosto.
Por ellos, los Dakota cedieron una parte importante de sus terrenos de caza a cambio de dinero en efectivo y mercancías. Además, significó el establecimiento de dos agencias en Montana, Upper and Lower Sioux Agency (no me atrevo a traducirlas, pues más que un estatus jerárquico, sólo indica su situación geográfica en el territorio. Vamos, como decir Villaarriba y Villaabajo). No era mal trato, pero los engañaron. Al llegar al Senado de los EEUU, el tratado no fue ratificado completamente, y se cambiaron los términos relativos a la indemnización. En 1851, los EEUU estaban sufriendo una fuerte espiral inflacionista como consecuencia del oro californiano de dos años antes, y el tesoro federal no iba muy bien. Y esta es otra de las grandes constantes de las guerras Sioux: dificultad del gobierno federal, problemas con los Sioux al no cumplir compromisos…
El sistema que se impuso en estas primeras reservas, y que luego se perpetuó en sus peores defectos era el siguiente. La idea, como ya se dijo, era reconvertir, casi a la fuerza, a los nómadas en granjeros sedentarios. Para ayudarles, habría aportaciones federales de comida, herramientas y lo que hoy llamaríamos microcréditos a los indios. Para ello, y mediante la oportuna licencia, se establecerían puestos comerciales en las agencias, otorgados a particulares tras pagar los correspondientes derechos, y controlado el proceso por el Bureau of Indian Affairs. No se pudo hacer peor…
No había ido mal con ciertas tribus más proclives a la agricultura por su propia cultura. Pero el caso de los Sioux era muy diferente. Eran muy pésimos granjeros, y si a eso añadimos que se les fue arrinconando, cada vez más, en tierras áridas e improductivas; que la colonización de sus tierras aniquiló la caza, los bosques y los cultivos salvajes de los que obtenían una parte importante de sus reservas de comida; explica que el desastre fuese a más. Por otra parte los comerciantes autorizados se encontraron fiando cada vez más a los Dakota, con precios fijados por el citado Bureau, y viendo como las posibilidades de comercio con los productos que les daban los indios eran cada vez peores. La Fur Trade Company en el Canadá, con un estilo de negocio parecido, un siglo antes, había conseguido pingües beneficios con las pieles. Y esto ya no ocurría aquí, con unos Sioux incapaces de asimilar una explotación comercial de un animal sagrado como el Búfalo, y con una caza cada vez menor por las depredaciones del creciente número de colonos blancos. Estos comerciantes sobrevivían con las aportaciones del gobierno de Washington, y si fallaba o se retrasaba en exceso, era su ruina. No es de extrañar, que progresivamente el Bureau se fuese poblando de personajes incompetentes y corruptos, y que una raza de aprovechados ocupase los puestos de los honrados que lo dejaban arruinados. Yesca y bidones de gasolina…sólo faltaba la cerilla.
Y como toda buena lumbre, que siempre empieza con unas chispas y una fogata pequeña, ésta no fue una excepción. El 11 de mayo de 1858, el estado de Montana fue admitido en la Unión (el trigésimo segundo estado), y dejó de ser territorio de administración federal. Una delegación de jefes Dakotas, comandados por Pequeño Cuervo, acudieron a Washington DC, con la idea de mejorar, en algo los tratados. Lograron empeorar las cosas, y perder más territorio, como la excelente zona de caza al norte del río Minnesota. La autoridad y respeto que perdieron entre los jóvenes fue inmenso, lo que en los sucesos que narraremos tuvo una repercusión desproporcionada.

el Jefe Dakota Pequeño Cuervo

El invierno de 1861 fue muy malo en Minnesota. Malas cosechas, poca caza, mucho frío. Y la guerra de secesión recién empezada en el Este, y perdiendo la Unión por goleada. Los comerciantes autorizados también estaban en una situación crítica. Sus pérdidas eran enormes, y las aportaciones del Gobierno Federal, empeñado hasta las cejas para pagar el esfuerzo de guerra, no llegaban. Así que presionaron al Bureau, para que el dinero les llegase a ellos, para pagar los créditos de los indios, y no a sus jefes. Éstos se opusieron, pues era su sentencia de muerte política, y ya estaban bastante mal vistos desde el 1858. Y los indios, desesperados, hambrientos y decepcionados, no sólo con los blancos, sino con sus propios jefes. La situación era explosiva.
El camino de la guerra, como en todas, fue directo pero con recodos inocentes en apariencia.  El 4 de agosto, los Dakota Sissetowan y Wahpeton, en una acción de presión, consiguieron que se les facilitasen alimentos de primera necesidad en la Upper Agency. El día 15, los Mdewakanton y Wahpekute intentaron lo mismo en la Lower Agency. Pero su intento fue frustrado por el funcionario local del Bureau, Thomas Galbraith. No era un mal funcionario, del montón, y sólo seguía las instrucciones enviadas. Pero, acababa de cometer uno de los peores errores de su vida.
A estos intentos siguió una reunión de los funcionarios del Bureau, representantes de los indios, y comerciantes. Fue muy tormentosa, y se dijeron de todo, entre todos. Pero lo peor, fue un comentario de un comerciante blanco, Andrew Jackson Myrick, muy agobiado por las deudas, que nervioso estalló y le dijo a los jefes indios, que por él, como si tenían que comer hierba, pero que se negaba a vender más víveres a crédito. Los Dakota, en su situación, se lo tomaron como una ofensa inmensa. Sólo faltaba la chispa definitiva.
Y ésta llegó de la forma más estúpida posible. El 17 de Agosto de 1862, domingo, cuatro jóvenes guerreros Dakota salieron de caza. Muy posiblemente estaban borrachos y con ganas de dar caña. Se dirigieron a la cabaña de Robinson Jones, cerca del pueblo de Acton. Allí demandaron más licor, pero se comportaron de forma amistosa. Luego, en compañía de Robinson, se dirigieron a la granja de un conocido, Viranus Webster, donde al parecer bebieron más alcohol, y se retaron aun concurso de tiro. Mientras tenía lugar, surgió una discusión debida a que uno de los guerreros había aprovechado para robar unos huevos. El tema se lió y acabó con uno de los guerreros matando a Viranus. El resto le siguieron y en un abrir y cerrar de ojos masacraron a los Webster y los Jones (ambos, mujer y marido), a algunos de los hijos de los Webster (otros se ocultaron y sobrevivieron), y a la vuelta, pararon en la cabaña de los Jones, y mataron a su hija adoptada, Clara. 

Placa conmemoritativa de los sucesos de Acton

Al volver a su campamento contaron la historia como les vino en gana, pasando de villanos a víctimas, y pese al intento de apaciguar ánimos de los jefes, los guerreros exigieron la guerra. La consiguieron.
Se dice que en los primeros dos días, casi la mitad de los ochocientos civiles muertos que ocasionaría la revuelta de los Dakota murieron. Había mucha frustración y odio, y lo peor de todo, es que no había jefes cuya autoridad se respetase. La ferocidad y crueldad de los Dakota no tuvo freno. Uno de sus primeros objetivos fue la Lower Agency, donde mataron entre otros a Myrick, que sería hallado con su boca y estómago repletos de hierba.
Bandas de guerreros cayeron sobre toda granja o pequeño poblado blanco. Y se regodearon a base de bien. No se respetó vida alguna. Saqueos, torturas, secuestros, y para las mujeres, como por desgracia es costumbre en estos conflictos, la siniestra ley de la violación múltiple. Se emplearon a fondo. Y pasadas las primeras noticias, se produjo una desbandada general del territorio de Montana. Todos los blancos huían, dejando atrás propiedades, dinero, haciendas y a hasta a familiares. Todos perdiendo hasta el resuello en su desenfrenada huida a Dakota, Iowa o a alguno de los pueblos grandes y fuertes de la región. Y en estos lugares, tareas de fortificación contra reloj, fundir balas, hacer cartuchos de papel, engrasar armas, hacer acopio de víveres…y miedo, miedo sin final, cerval, atenazador, que aumentaba cuando llegaban a la posición los despojos humanos en los que se habían convertido los supervivientes. En la unión no se había vivido algo igual.

Refugiados de la revuelta...da igual quiénes, cuándo o dónde. Siempre las mismas miradas...

Las tropas disponibles, eran escasas, mal entrenadas y equipadas, y de pésima calidad. La inmensa hoguera que era la guerra en el este exigía la participación y sacrificio de los más fuerte y preparados. No es de extrañar que la primera respuesta, la entrada en acción del 5º regimiento de voluntarios de Minnesota acabase en su aniquilación en Redwood Ferry. Todo cesó en el territorio: viajes, comercio, ganadería, agricultura…hasta dejaron de funcionar los vapores por el Red River.
Los Dakota pusieron inmediato asedio a los pueblos y fuertes principales. Pueblos como New Ulm o posiciones como Fort Ridgely fueron atacadas de forma repetida, pero nunca tomadas. Y la campiña asolada, y masacrado todo blanco que no había podido huir o refugiarse en lugar seguro. La rebelión estaba fuera de control, y el 2 de septiembre de 1862, en Birch Cuolee otro destacamento del ejército fue emboscado y aniquilado.

versión idealizada de los asedios de New Ulm

Por parte de estado, el gobernador, Alexander Ramsey contó para la organización de la defensa de las milicias a su anterior contrincante y ex-gobernador, Henry Sibley, tipo bravo y buen organizador. El gobierno federal envío a uno de sus mejores generales del momento John Pope, una estrella ascendente que se estrellaría al mando del ejército del Potomac contra Robert E. Lee en la segunda batalla de Manassas.  Contaría con las veteranas tropas de los regimientos de infantería de voluntarios de Minnesota 3º y 4º, mientras a toda prisa se creaban los 9º y 10º; y con la promesa recibir en breve a los regimientos 6º y 7º del estado de Minnesota (recibiría al final compañías dispersas de los mismos).

Henry Sibley





El general John Pope

La campaña fue breve, pero intensa y brutal. El 23 de septiembre de 1862, en Wood Lake, arrinconaron a los Dakota y los derrotaron de forma brutal. Previamente Pequeño Cuervo había intentado negociar con Sibley sobre un cese de hostilidades contando con la presencia en sus campamentos de casi un centenar de rehenes blancos. Pero para entonces estaba claro que el jefe Dakota estaba a remolque de los acontecimientos y no tenía autoridad efectiva alguna sobre los guerreros más jóvenes. El acuerdo era imposible.
La batalla de Wood Lake es de las más extrañas de las guerras indias. Merece el premio a la emboscada peor planeada y ejecutada de la historia. La crisis de mando entre los Dakota, unido al emborrachamiento general de botín y venganza satisfecha, lograron que fuese un desastre. Y más aún cuando los regimientos 3º y 4º eran de veteranos, y venían de luchar contra los confederados. Una vez empezado el tiroteo, hicieron picadillo a los Sioux. Y eso ya dice mucho de la calidad de sus soldados, aniquilar a los indios que los han emboscado…

Vista del Monumento de la Batalla de Wood Lake

Cuadro del 3º de Minnesota, un año después, en Little Rock, Arkansas. Se convertiría en un regimiento de élite de la Unión.

Los Dakota habían tenido suficiente, y el 26, en lo que se llamaría Camp Release (liberación) se entregarían a las tropas de Pope, junto con los rehenes blancos que aún conservaban. La crueldad que habían exhibido en dos meses de guerra era inmensa, en absoluto ajena a una guerra total entre tribus, pero excesiva para el hombre blanco. Y ahora les tocaba vengarse a ellos…
De entrada, fueron encarcelados en ese mismo lugar, pendientes de juicio militar. Pequeño Cuervo tuvo que renunciar a la jefatura, y acabaría huyendo a Canadá, donde como muchos indios que huyeron, pasaría frío, hambre, exclusión social y ninguna ayuda de los canadienses. Volvería a sus tierras, con una recompensa de 500 dólares sobre su cabellera. Recompensa  y cabellera que cobraría un granjero local,  Natham Lamson, que lo mató el 3 de julio de 1863, al pillarlo robando moras en sus tierras. Su cabellera, sería expuesta en el cercano pueblo de Saint Paul hasta 1971, año en el cual, tras una campaña del American Indian Movement (AIM), le sería devuelta a su tataranieto.
El resto de los rendidos, en número de 303, fueron juzgados y condenados a principios de diciembre de 1862, acusados de rebelión, saqueo, asesinatos y violaciones múltiples. El juicio fue una farsa inmensa. Sin abogados, sin traductores, sin posibilidad de defensa, la mayoría fueron condenados en menos de cinco minutos de juicio. Las ganas de revancha de los blancos, tras su brutalidad, eran inmensas. Tuvieron un defensor inesperado, el obispo episcopaliano Henry Whipple, que conocía a muchos de ellos, y sabía que no podían haber participado en esos hechos, y que la mayoría de los culpables verdaderos estaban ahora a merced de las alimañas salvajes en Word Lake.
Sus protestas llegaron oídos del presidente Abraham Lincoln, que ejerció su potestad de supervisar las sentencias de muerte dictadas. Al final conmutó la mayoría, pero firmó treinta y ocho, principalmente de cabecillas identificados de la revuelta. Todos fueron ahorcados el mismo día, el 26 de diciembre de 1862, en Mankato, Minnesota (Mn). Hasta el momento, ha sido la ejecución más multitudinaria de la historia de los EEUU. No fue una decisión popular, pero Lincoln declaró que “no quería votos logrados por ahorcar a hombres inocentes”. En las elecciones de 1864, Minnesota votaría masivamente a su rival, el antiguo general McClellan.


Dos líderes, Pequeño Seis y Botella Medicinal, lograron fugarse antes a Canadá. No se librarían, pues años mas tarde, fueron localizados por agentes del gobierno (se dice que eran gente de Pinkerton), y tras ser emborrachados y drogados con laúdano, se los secuestró y trasladó a los Estados Unidos. Su sentencia se ejecutó en Fort Snelling (Mn) en 1865. Y la venganza no quedaría ahí. El resto de encarcelados sufrirían, al igual que el resto de Dakotas de duras privaciones durante el invierno. La neumonía y el hambre matarían a un alto número de ellos.  Lugares como Camp MacClellan en Iowa o Pike Island cerca del citado Fort Snelling se convertirían en tumbas de más de un tercio de sus prisioneros.

El jefe Botella Medicinal. Lo de secuestrar líderes de Al Qaida no  es algo nuevo...

En abril de 1863, el congreso de los EEUU declaró nulo todo tratado con los Dakota, y se abolieron sus reservas. El pueblo Dakota, bajo pena de muerte si regresaban (y con un precio de 25 dólares por cabellera, ya fuese de hombre, mujer o niño), fue expulsado de la Unión al territorio de Nebraska (todavía había espacio para tal decisión). A la mayoría se les embarcó en vapores, y les dejó en la reserva de los indios Crow, que como sabemos se llevaban a matar con los Sioux. La mayoría se acabarían uniendo a sus hermanos Lakota.
La rebelión de los Dakota de 1862 pese a ser iniciada por culpa de engaños y desde la desesperación del hambre, la pobreza y la falta de esperanza fue terrible y muy cruel. Los blancos nunca perdonarían al pueblo Sioux por ella, y haría que fuesen considerados, hasta la década de 1880 como peores que animales. Como anécdota comentar que el propio general John Pope, que después de la guerra de sucesión luchó con acierto contra Apaches, y que desató varias tormentas políticas al denunciar los incumplimientos de los tratados con los indios, el mal trato que se les daba y la brutal corrupción del Bureau of Indian Affaires (le costaría que se le abriese una comisión de investigación por sus desastrosas decisiones en la segunda batalla de Manassas o del 2ª Bull Run), haría una excepción con los Sioux. Declararía que debían ser exterminados hasta el último de ellos… 
Sin embargo, las guerras Sioux, no habían hecho mas que empezar.

¡Y por supuesto que Hollywood hizo película del tema! si no la habéis visto, no sufráis, pura serie Z, de las olvidables...

lunes, 27 de agosto de 2012

LAS GUERRAS SIOUX (Parte 1): Por culpa de una vaca


Me declaro un gran enamorado del Western clásico, culpa quizás, de muchas tardes en mi infancia de sábado cine, y de las primeras emisiones de Antena 3 y Tele 5. Y cuando te enamora tal género cinematográfico, es lógico que te acabe por fascinar la historia real de sus protagonistas. De los sheriffs, Marshalls, pistoleros, forajidos…y gracias a John Ford, de la caballería, los ranger de Texas…y los indios. ¡Qué demonios, hasta me encanta esa pastelada de “Bailando con lobos”!
La Legión Invencible. La segunda (y la mejor) de la trilogía de la caballería de John Ford
Y si en las películas eran peligrosos, en la realidad, eran realmente temibles. La mejor caballería ligera del mundo. Hábiles, valerosos, inteligentes, sufridos…nunca un país tuvo enemigos tan extraordinarios y nobles como ellos. Los apaches chiricauas del chamán Jerónimo, los geniales guerrilleros del jefe Joseph y sus Nez Percée, el inmenso sufrimiento de los cherokees del sendero de las lágrimas. Tantas historias y gestas para ser cantadas en todas las lenguas del hombre. Y sobre todas ellas, y mira que son bien grandes y emocionantes, hay una gran nación de las praderas que sobresale: la nación Sioux.



Guerreros Sioux posando para la cámara. En la realidad serían más temibles y menos ceremoniosos.
 
El nombre de Sioux, indirectamente, se lo puso una tribu rival, largamente olvidada debido a su pronta asimilación por el hombre blanco: los Chippewa. Aliados incondicionales de los franceses de Louisiana, denominaron a esta tribu rival, en su lengua, como los Nadouessioux, es decir, los “pequeños serpientes”; término que en cualquier lengua india ya decía mucho de su carácter…

Guerrero Chippewa
Inicialmente, vivían en el Alto Mississipi, en lo que hoy son los estados de Wisconsin, Minnesota y Iowa. Pero tuvieron que salir de allí por patas. La razón: que los franceses armaron, desde 1700, a los Chippewa, con Mosquetes de mecha, y lo convirtieron en guerreros muy superiores. Podéis leer hasta hartaros de que si un arco tira más rápido, que si es más letal, que si bla, bla, bla… me pasé  casi toda la carrera tirando con arco compuesto de 45 libras. Después de cinco años seguía siendo mediocre, tirando a malo. Comencé a tirar con avancarga pasados los 35: en menos de año y medio era un fusilero competente…no hay más que explicar.

Mosquete de Mecha. No penséis que es tan primitivo...tiran de maravilla...

 
Así que los Sioux tuvieron que emigrar a las grandes planicies de Nebraska y Montana, llenas de espacio, libertad, búfalos…y un frío que aniquila en invierno, y unos cuantos miles de indios Crows, Cheyennes, Shoshonas, Kiowas, Chickasaws…ninguno eran hermanitas de la caridad ni pacifistas de pro. Se impusieron a todos ellos, y además dieron con las Black Hills, sus colinas sagradas, por motivos que todavía, aún hoy en día, el hombre blanco no conoce. Y mejor que siga así. De esta migración aprendieron dos cosas importantes: la primera, que los arcos y lanzas no están mal, pero que había ponerse a manejar armas de fuego de forma experta; y la segunda, que el hombre blanco no era de fiar y podía ser tan cabronazo, o más, que ellos.
Decir Sioux, es quedarse corto, pues se parecen y mucho a nosotros, que decir español requiere matización: que si gallego, vasco, valenciano, canario, catalán, andaluz, leonés, madrileño (va ironía: ¿realmente existen de verdad? Y viví allí un año y conocí a dos “gatos” solamente…). Bromas malas aparte, había tres grandes grupos de Sioux, que además de su nombre, son conocidos tanto por su localización como por el nombre de su dialecto.
Primero tenemos a los Dakota. Se quedaron en Minnesota, principalmente, hablaban el Santee, y se les denominó como Sioux del Este. Narraré su historia en un post específico.
Luego tenemos a los Nakota. Se quedaron en la porción oeste de Minnesota, y en al este de ambos estados actuales de Dakota, del Norte y del Sur, lo que causa cierta confusión con el nombre de los anteriores. Su dialecto era el Yankton. También les llamaron los Sioux de enmedio o medianos (clara influencia de un traductor español fanático de Tolkien). Serían los que en mayor medida se “civilizarían” (vamos que adoptaron muchas costumbres de los blancos). Serían los que en mayor número dotarían a la Policía india (juro que le dedico un tema fuera del de las guerras Sioux) y serían reclutados para ser exploradores en su lucha contra sus congéneres.
Y finalmente, los más famosos de todos: los Sioux Lakota. Los reyes de las grandes llanuras del Noroeste, los más duros, bravos y famosos de todos. Los protagonistas de una gran epopeya de casi cuarenta años de resistencia directa. Su dialecto, el Teton; y divididos en siete grandes concilios: Brulé, Sans Arcs, Hunkpapa (¿os suena un tal Toro Sentado?, pues era de éstos), Oglala (Nube Roja, Caballo Loco…si no os suenan estos nombres, no habéis tenido una infancia sana), Miniconjou, Pies Negros (sí, eran Sioux ¡sorpresa!) y Two Kettles (al que las traducciones en español siempre les llaman “dos ollas”…y ¡no! ¡Dos teteras!). Y para completar el cuadro, también se les llama Sioux del Oeste. 

Sioux Oglala
 
Otro concepto importante en las guerras Sioux es el de merodeadores invernales y  merodeadores veraniegos. Los primeros, eran Sioux irreductibles que renegaban del contacto y ayuda del hombre blanco. Los segundos, sí que la aceptaban, a fin de pasar el duro invierno de las llanuras lo mejor posible, y tener más ventajas en el comercio. Llegado el verano, volvían a su modo de vida tradicional, uniéndose incluso a las confederaciones indias que luchaban contra el ejército. Por parte de los blancos, las primeras “reservas” más bien serían centros de asistencia a los merodeadores veraniegos, a fin de reconvertirlos a granjeros y que dejasen el modo de vida nómada. Educarían a sus hijos y los cristianizarían, minando el poder político de jefes y chamanes. Había funcionado con muchas otras tribus, pero en esos años, la presión de la inmigración sobre los Sioux era escasa, lo que no suponía acicate alguno para dejar el nomadismo. Aún así, alcanzaría dicha política resultados dispares: no muy malos con los Nakota, pero ínfimos con los Lakota.
Si no tenían suficiente con las tribus antes mencionadas, les cayó encima el hombre blanco. A mitad del siglo XIX, en 1851, en Fort Laramie, el “Gran Padre Blanco de Washington (DC)” firmó un acuerdo con los Sioux, Cheyennes, Arapahoes, Crows, Assiniboine, Mandan, Hiratsa y Arikihara; por el cual les permitía la libre circulación y derechos de caza en las tierras que ocupaban, a condición que permitieran, sin estorbos, el paso de las caravanas a la costa oeste a través de la senda de Oregón. Ojo a la trampa…que no reconocía la propiedad de dichas tribus sobre sus territorios de caza y sagrados, término que además no alcanzaban a comprender los nativos americanos de las grandes llanuras. Sería lo que siempre enfrentaría a blancos e indios. Y motivaría, que nadie cumpliese los tratados: por parte de los blancos, por políticos y colonos ambiciosos con cierta mano en la capital de la nación; por parte de los indios, como forma que tenían los guerreros más jóvenes de cuestionar la autoridad los jefes firmantes. El conflicto estaba servido. Y como siempre, aparecería algún cretino que prendería la hoguera.
Estamos en agosto de 1855, y la senda de Oregón estaba más transitada que la A-6 en viernes por la tarde. Los Sioux no estaban muy felices que digamos, ni tampoco los colonos. A eso añadirle que el ejército de los EEUU de la época era realmente ridículo, y no podía garantizar muchas cosas, y menos en las grandes llanuras. Así que los Sioux, de vez en cuando, provocaban alguna estampida entre las reses de los colonos para quedarse con algunas cabezas de ganado “encontradas” (a fin de cuentas lo mismo que pasó en Nuevo México y Texas años más tarde, pero eso es otra historia…); y los colonos, que las marcaban, quejándose de la actitud de los indios, pero no cortándose en absoluto en salirse de la senda, y cazando lo que les daba la gana para completar raciones…En definitiva, que ambos se puteaban siempre que podían.
Ese mes, el día 17, un guerrero miniconjou de nombre Alta Frente, se hizo de esa forma con una res de un emigrante mormón. Según unos autores era un miserable saco de huesos, y según otros todo un ejemplar de primer premio de feria ganadera. El colono se quejó al comandante de Fort Laramie, el cual, un poco cansado de tanta tontería, envió a un segundo teniente, de nombre John L. Grattan a pedir una compensación. Fue el peor error de su carrera, pues envió al mayor de los idiotas…
El teniente Grattan, junto con veintinueve soldados de caballería, se acercó el día 19 de agosto al campamento del jefe Oso Conquistador, un Brulé. El pobre tenía un buen marrón entre manos, pues Frente Alta, no era de los suyos, sino un pariente lejano, que con otros había venido a una cacería de búfalos. Así, que se guardó la mala leche, y ofreció al teniente Grattan, para el colono, y como compensación, un excelente pony indio. Era un trato magnífico, que de haber estado el mormón presente, lo hubiese aceptado sin dudar…pero el teniente era un absoluto idiota, y nunca se puede subestimar el poder de un tonto con un cargo…
Se empeñó en detener a Frente Alta, y llevarlo a Fort Laramie para castigarlo sumariamente. Y ahí se estaba pasando varios Tipis…Insistió, se pudo chulo, ofendió a los indios, intentó detener a Oso Conquistador…y uno de sus soldados, al parecer, de forma accidental, le descerrajó un tiro en el pecho hiriéndolo mortalmente. Este tipo de sucesos, como veremos, sería un denominador común de las guerras Sioux. Desde luego que a Grattan y a sus hombres, los Sioux, se los cargaron, encolerizados, en cuestión de minutos.
Placa conmemorativa del evento.

Por supuesto que el US Army no se podía permitir tal hecho sin venganza (otra constante de las guerras Sioux), así que despacharon a un jefe bien bravo y experto a Fort Laramie desde Nebraska: el brigadier William S. Harney. Con una fuerza de 600 hombres, persiguió el campamento de Pequeño Trueno (el sucesor de Oso Conquistador) hasta lograr arrinconarlo en Blue Water Creek, cerca de la localidad actual de Ash Hollow, Nebraska, el 2 de septiembre de 1855. Los Sioux intentaron negociar, mientras preparaban una exfiltración de todo el poblado. Mientras ésta tenía lugar, el día 3, Harney se dio cuenta del juego de los Sioux, y ordenó un ataque general, que superó la valerosa acción de retaguardia de los guerreros indios. El coste fue alto: 85 Sioux muertos, 70 mujeres y niños capturados. Por el lado de la caballería, 5 muertos y siete heridos. Aún así, 250 indios lograron escapar.

General William S. Harney
Harney, aprovechó para apretarle las tuercas no sólo a los Sioux, sino al resto de los indios del territorio, con el fin de garantizar la seguridad de la Senda de Oregón. El problema, es que muchos Sioux huyeron ante tales amenazas, entrando en el territorio de los Crows, en los grandes terrenos de caza de Powder River.
El escenario, para tragedias y conflictos futuros más violentos estaba dispuesto…

 
La Senda de Oregón

martes, 21 de agosto de 2012

LA HISTORIA DE OSKAR

Me pide la mejor de todas las esposas (es decir, la mía), que ya que tengo un blog de historia militar, que vuelva a contar una vez más una anécdota, que siempre le ha encantado, acerca de uno de los personajes más curiosos y fascinantes de la guerra naval: Oskar.
El 27 de mayo de 1941, tras una increíble historia iniciada el 19 de mayo, que no se le hubiese ocurrido jamás a ningún buen guionista de Hollywood (ni de videojuegos que es ahora donde están las buenas historias), el orgullo de la marina de guerra de Hitler, El acorazado KMS Bismark se hundía, tras desigual batalla con los acorazados británicos HMS Rodney y HMS King George V.

KMS Bismarck
Tras hundirse, los navíos ingleses comenzaron la búsqueda y rescate de los supervivientes, interrumpida por posibles avistamientos de periscopios de submarinos alemanes. Sólo sobrevivirían 114 de una dotación de 2200 hombres.


En uno de los últimos barridos, el destructor HMS Cossack se detuvo, pues uno de los marineros juraba que le parecía oír el llanto de un niño en el agua…enfocado el lugar con un proyector, resultó que en medio de las aguas había un gato negro y blanco…subido a un tablón y maullando a la asombrada tripulación del destructor. Un emprendedor marinero se lanzó al agua con un salvavidas y atado con una cuerda, y cuando llegó donde el animal, éste le saltó majestuosamente a la chepa y no se movió hasta que fue izado a bordo.

Ya en cubierta, el gato, sin hacer caso alguno a la expectación que generaba, se dedicó a acicalarse con esmero. Desde luego que la situación era bien peculiar. Se miró el collar que portaba, y se encontró una plaquita con su nombre: Oskar. Y otra más, en la que se anunciaba que era parte de la dotación del KMS Bismarck, y que ostentaba el rango de KorvettenKapitan. No sólo procedía el gato del acorazado alemán hundido, sino que además, formaba parte de la oficialidad. Así que merecía trato especial.
Fue llevado en brazos al lugar más caliente y cómodo para él, al lado de las cocinas del destructor, donde se le preparó un rinconcito confortable. Durante unos días, Oskar no aceptaba la comida, sino que decidía robar la suya propia, de la propia cocina o del comedor. Se desató una gran polémica sobre si era adecuado dejarlo suelto por el barco, a fin de cuentas podía ser un espía alemán…eso y que no se ponían de acuerdo si era o no era nazi. Se resolvió felizmente la hilarante cuestión cuando el gato comenzó a aceptar comida de la tripulación. Se le declaró desnazificado, y se le puso una plaquita que demostraba su pertenencia a la tripulación del destructor.
Desde luego que Oskar no se iba a aburrir. El HMS Cossack era uno de los mejores destructores de la marina real. De la clase Tribal, con un desplazamiento de 2520 toneladas, un armamento de ocho cañones de 114 mm en cuatro montajes dobles, un montaje antiaéreo cuadruple de 40 mm y cuatro tubos lanzatorpedos de 21 pulgadas, eran barcos soberbios, que estaban siempre en lo más duro de los combates, y que pagarían un precio muy alto: 12 se perderían en combate, de una clase de 16.

HMS Cossack
Inmediatamente encontró un lugar privilegiado (con esa capacidad que tienen estas bolitas de pelo cálidas, mimosas y cabronas para estar siempre bien cómodas y no perderse ni una) para supervisar las operaciones: la toldilla del montaje X doble de 114 mm (en la Royal Navy, las torres de armamento principal se denominaban como A, B, y C las de proa; las de popa con X. Y, Z). Allí seguía atento las operaciones de combate, y en especial las acciones antisubmarinas, maullando con excitación a los atareados marineros que servían las cargas de profundidad a popa del destructor.
El 23 de octubre de 1941, mientras escoltaba un convoy desde Gibraltar al Reino Unido, fue torpedeado por el submarino alemán U-563 mandado por Klaus Bargsten. Quedó muy dañado (el torpedo impactó en la zona del puente de mando, y la explosión mató al capitán y a 127 hombres), y fue remolcado en dirección a Gibraltar. Sin embargo, en medio de mala mar, el cable se rompió tres días más tarde, el 26 de octubre; hundiéndose el HMS Cossack al día siguiente, el 27 de octubre, con la pérdida de 159 hombres (entre el ataque y el hundimiento posterior) de una tripulación de 219. Oskar saltó con tranquilidad y dignidad a una de las balsas con algunos supervivientes, fallando el salto y acabando en el agua, de la que fue rescatado por una mano salvadora. Si es que la veteranía es un grado…
Un grupo de supervivientes, entre los que se encontraba Oskar, fueron trasladados al portaaviones de la Mediterranean Fleet británica HMS Ark Royal. Y éste era otro navío mítico. De 22000 toneladas de desplazamiento, y con un complemento aéreo de 50 a 60 aeroplanos, era uno de los mejores portaaviones de la Royal Navy. Al principio se encontró confuso, pero un par de visitas “guiadas” a las cocinas le acabaron por aclimatar a su nuevo hogar.

Ark Royal. Le sobrevuelan varios Swordfish
Y si un destructor le había encantado, el portaaviones era muchísimo mejor. Oskar se convirtió de manera inmediata en un asiduo espectador de las operaciones aéreas. Se pasaba horas y horas viendo el despegue y aterrizaje de los Fairey Swordfish, Albacores y Fulmars, bien aposentado en alguno de los montajes antiaéreos pompoms octuples de 40 mm, situados a proa o popa de la isla. Y moviéndose lo imprescindible para no molestar (pero no perderse nada) durante los zafarranchos de combate.


Montajes antiáreos óctuples pompoms. Si es que los gatos se buscan cada sitio...

Fairey Fulmar

Fairey Albacore
El historial de combate del HMS Ark Royal es impresionante (como curiosidad mencionar que de ese portaaviones había partido el ataque de los aviones torpederos Fairey Swordfish que al torpedear el KMS Bismarck le destrozaron los timones, facilitando así su hundimiento posterior), y era considerado un buque con suerte. Pero ésta se le acabó el 13 de noviembre de 1941. El submarino alemán U-81, al mando de Friedrich Guggenberger, le alcanzó con un solo torpedo en la amura de estribor. No parecía grave, así que se le comenzó a remolcar hacia Gibraltar. Sin embargo, y sigue habiendo mucha polémica al respecto, ya fuese por defectos de diseño o fallos de los equipos de salvamento y contención de daños, su escora aumentó muchísimo, por lo que se hundió al día siguiente, el 14 de noviembre de 1941, a sólo 20 millas de puerto.

Oskar que había quedado un poco magullado en el torpedeamiento (estaba al parecer subido en uno de los montajes antiaéreos y fue lanzado contra un mamparo) se mantuvo en su posición preferida, supervisándolo todo como sólo un gato es capaz de hacer (y sin perder detalle que es lo peor que le puede suceder a un gato), y no subió a un bote salvavidas hasta que la inclinación de la cubierta estaba a punto de lanzar los aviones, aparcados en ella, al agua. De todos modos, en este hundimiento les dio a los marineros algo más de suerte, pues sólo falleció un tripulante, y fue por la explosión del torpedo.
Y así empezó una nueva vida en la base naval de Gibraltar, con múltiples correrías, aventuras y robos de comida del comedor de oficiales. Se hizo bien popular, pero generó, sin desearlo un problema importante. Siguiendo su vocación marinera, intentaba colarse nuevamente en otro buque de guerra, de donde era expulsado sin contemplaciones. A fin de cuentas, el animalito no era consciente que ya había “hundido” el mejor acorazado alemán, uno de los mejores destructores británicos y el mejor portaaviones que tenían los ingleses en el Mediterráneo, en una fase bien crítica de la guerra. Desde luego que no eran nada buenas sus referencias…
La solución vino dada de un capitán trasladado desde la base de Belfast a Gibraltar. En una comida en la cantina de oficiales, salió a relucir el tema de Oskar, y recordó que en el hogar del marino jubilado de Belfast había muerto hacía poco el gato que tenían, y que podía nuestro pequeño protagonista ocupar la “plaza” vacante. Dicho y hecho.
            Esa misma noche, se metió a Oskar en un avión (se ve que nadie quería llevarlo en barco), y se le trasladó a su nuevo hogar. Y allí vivió tranquilo, feliz y dichoso muchos años más, muriendo en 1955. Se dice, que su lugar preferido era una ventana del último piso, desde la que se veía el puerto y la mar, lugar donde se pasaba horas y horas, quizás recordando antiguas aventuras…